CAPÍTULO 31

CAPÍTULO 31

Y por fin partí para Europa, llena de entusiasmo y ansiosa por empaparme de conocimientos.
El primer mes lo dediqué al ocio, recorriendo las capitales principales y las ciudades más visitadas por los turistas.
Caminaba bordeando el Támesis cuando recordé a Mariano. Varias veces habíamos paseado por allí con él. Recordé caminar de su mano, muertos de frío, pero felices, disfrutando de aquel viaje tan lleno de sorpresas, de nuevas experiencias. Y entonces, miles de imágenes gratas comenzaron a cruzarse ante mí... ¡Qué felices habíamos sido! ¡Cuántos momentos inolvidables había pasado a su lado! ¡Es tan lindo amar, sentirse enamorada! El amor hace que todo se vea más brillante, más bello. Noté que unas lágrimas se escapaban de mis ojos. Pero no eran lágrimas de dolor. Estaba feliz de poder evocarlo con alegría.
No debía renegar de mi pasado, ni llorarlo. Allí comprendí que debía atesorarlo, usarlo en mi vida, aprender de él. ¿Cómo por tanto tiempo olvidé las palabras tan sabias de Mariano? Yo debía seguir pintando mi vida, y disfrutar de sus matices. Y el amor era parte de la vida, y aunque a veces te hace sufrir, otras te llena de gozo y satisfacción.
La vida era linda, aunque Mariano no estuviera, aunque a veces todo parecía oscurecer... Y allí, pude comprobar que los lugares y las experiencias podían ser tan bellas y espectaculares como antes lo habían sido para mí.
Ya satisfecha, me dediqué por completo al estudio. Mi primer lugar de residencia fue Roma, donde estudié unos cuantos meses. Fueron meses intensos, donde pude relacionarme con personas que compartían mi misma pasión por el arte y apasionarme aún más.
Luego me trasladé a París, donde pasé seis meses inolvidables. Allí mis experiencias superaron a las puramente educativas. Una de esas tantas tardes en Mont Martre, en el paseo de los artesanos, conocí a un bohemio encantador, que me sedujo luego de una interminable charla. Era español y vivía recorriendo el continente con su música. Su nombre era Manuel. Es un personaje entrañable que siempre guardaré en mis recuerdos. Se podría decir que fue uno de mis maestros preferidos. Aunque con él no aprendí nada de historia ni de pintura, me enseñó a ver la vida con otros ojos. A valorar la posibilidad de poder dedicarme a lo que me apasionaba. Viéndolo, descubrí que es mucho más fácil de lo que parece ser feliz, que no es necesario estar cargado de bienes materiales, siempre y cuando se tenga bien en claro cuáles son las prioridades para uno.
Manuel me enseñó muchas cosas, me enseñó a escucharme, y me enseñó a sentirme nuevamente mujer. Y estando con él, pude comparar y saber dónde quería estar.
Me despedí de Francia para instalarme en Florencia, una ciudad que me enamoró. Estando allí, me enamoré de la obra de Miguel Ángel. Sus esclavos escapando de la piedra me llenaron de inspiración y admiración. Ojalá llegara a tener una pizca de su genio. Y me apasioné por aprender cuanto pudiera de él. Luego pasé un par de meses en Barcelona.
Mi último destino fue Madrid. Esa ciudad me encantaba, me sentía cómoda en ese lugar, algo en ella me hacía recordar a Buenos Aires. Cuando me sentí satisfecha con mi instrucción, noté que rápidamente habían pasado casi tres años.
Antes de regresar, no pude evitar la tentación de volver a Roma. Roma para mí es uno de esos lugares donde siempre añoro estar. Caminar por sus calles me parecía excitante. Encontrarme con ruinas entre las edificaciones me fascinaba. Acercarme hasta “La Piedad” todos los días y darle mis respetos y caminar por la avenida entre los foros rumbo al Coliseo eran mis mayores caprichos.
Y sentada allí, frente a esa majestuosa vista, fue el mejor lugar que encontré para hacer un balance de mi viaje.
Había pasado unos años maravillosos, alejada de todos mis seres queridos y eso me hizo concluir que se puede subsistir sin los afectos, que solo uno mismo es quien gobierna las acciones y las experiencias que desea vivir, aunque a veces estas te sorprendan. Y ese pensamiento me fortaleció.
Estaba conforme con lo que había vivido, repleta de información, que no había hecho más que reafirmar mi amor por las artes plásticas. Y ahora debía pensar qué haría con esos nuevos conocimientos, con toda esa experiencia que había adquirido.
Sabía que seguiría pintando, ahora con muchas más herramientas, pero también comprendí que necesitaba transmitir a otros la pasión que despierta la pintura. Sí, sería feliz ayudando a otros a experimentar el placer de expresarse a través de un pincel.
Pero ese aspecto de mi vida no era el único que merecía reflexión. Mi corazón, abandonado por algún tiempo, necesitaba ser escuchado. Allí también había que tomar definiciones... y me dejé escucharlo. Y lo que me dijo, curiosamente, no me sorprendió. Había estado tantos años separada de él, que era extraño sentir lo que sentía. Pero era con Francisco con quien yo quería estar. En verdad, no sabía qué me depararía el destino, no sabía si él estaba dispuesto a estar conmigo, si ese amor que por mucho tiempo había sido incondicional para mí, lo seguiría siendo. Aún así, debía arriesgarme... Y aunque recibiera una reacción contraria a la que deseaba, Francisco merecía saber cuales eran mis sentimientos, aunque más no fuese para retribuirle sus años de espera. No puedo negar que ante tantos razonamientos, en algún momento, el miedo a volver a sufrir apareció, pero decidí desecharlo. El tiempo y la vida me habían enseñado que un momento de felicidad valía la pena, aunque luego apareciese el dolor.

0 comentarios:



Publicar un comentario

Dejá tus comentarios