CAPÍTULO 28

CAPÍTULO 28

Se acercaba el bautismo de Luz. Lola tenía todas sus energías puestas allí, y no dejaba de involucrarnos en cada una de sus ideas. Como yo era la que disponía de más tiempo, la acompañé en la compra de todo cuanto necesitó para que el bautismo saliera como ella lo soñaba. Y por fin llegó ese día.
La ceremonia fue muy cálida e íntima, en la capilla del que había sido nuestro colegio. No puedo hablar por los demás, pero para mí fue un momento emocionante. Luz era el único ser humano que despertaba en mí un amor y una ternura que no quería reprimir, y verla tan serena, inmaculada y frágil entre mis brazos, hacía ensanchar mi raído corazón.
Luego de la ceremonia nos trasladamos a la casa de Lola y Fede a festejar. Éramos bastantes, sus familiares más cercanos y su grupo de amigos íntimos. Yo aún no me sentía cómoda en grupos numerosos, pero debido a mi rol de madrina, permanecí cuanto pude en la reunión, y aprovechando los deseos de Luz de dormir, me ofrecí a intentar dormirla y me escabullí con ella en su habitación. Y aunque rápidamente el sueño la venció, yo me quedé sentada observándola.
Muy despacio se abrió la puerta y, con cautela, Francisco entró y se acercó a la cuna. Mirando a Luz, me dijo casi en un susurro:
-Es hermosa, ¿no?
-Sí, es perfecta. Podría pasarme horas mirándola.
-Ser sus padrinos fue el mejor regalo que nos pudieron hacer -agregó mientras acariciaba su piernita-. Chau, Luz -le dijo y luego se dirigió a mí-. Me voy... -caminó hacia la puerta, pero en vez de retirarse, giró y me dijo: -Desde el otro día quería hablar con vos, pero fuera del instituto, no como director, sino como amigo.
-Nosotros no somos amigos -lo interrumpí.
-Bueno, entonces como ex novio. Si lo que dijiste el otro día en el grupo es verdad, cosa que creo que sí, creo que necesitás ayuda. No está bueno que te sientas así.
-No, no está bueno. Y tampoco está bueno que vos estés metiéndote en mi vida ¿No te das cuenta que yo no quiero saber nada con vos? -no lograba reprimir la bronca que me hacía sentir. –No me hace bien tenerte cerca, me causa odio, Francisco, y si en reuniones sociales tengo que soportarte lo hago por el resto de mis amigos y por Luz, pero que para colmo ahora tenga que soportarte en el trabajo y dando opiniones de mi vida ya es inconcebible. Entendelo, Francisco, no te quiero cerca. No sé ni me interesa saber qué razón tuviste para llevarme a tu trabajo, pero hacé de cuenta que no me conocés y que no tenés derecho a decirme absolutamente nada.
-Ok, sólo quería ayudar... -nuevamente giró para retirarse, pero se detuvo frente a la puerta y sin mirarme, agregó-. No entiendo por qué me tenés tanto odio. Yo nunca te hice nada malo, nunca... Y lo del trabajo fue para darte una mano, porque me importás. Ojalá no me importaras... Me voy, mi novia me está esperando.

¿Qué pretendía Francisco? ¿Qué pretendía haciéndose el bueno conmigo? Yo no quería saber nada con él, ni con nadie. Y además ese odio que se apoderaba de mí. Ese odio incontrolable que surgía desde mis entrañas cada vez que lo veía. Detestaba aquel sentimiento. Detestaba cualquier sentimiento. Yo no debía volver a sentir, porque sentir me hacía sufrir. Lo único con lo que había aprendido a lidiar era con el dolor. Aún el dolor era el dueño de mis días y sólo pugnaba por desarraigarlo de mi ser. Ése era el único motor que me impulsaba a seguir viviendo, mi diaria lucha contra el dolor. Y estaba convencida de que una vez que lo desterrara, no permitiría atarme a nada ni a nadie. A nada ni nadie que despertara en mí cualquier clase de sentimientos.
Entonces, tomé la firme determinación de poner todo mi tiempo y pensamientos en el trabajo, sin darle lugar a nada más. Y sin darme cuenta, abstraída en mis ocupaciones y en los cientos de informes que escribía, fueron pasando los meses. Y aunque el dolor por momentos cedía, en otros parecía tomar aire para retornar con más fuerza. Tal vez las fechas que antes eran recordadas para festejar, eran ahora que las que más me atormentaban. Pero ya acostumbrada a estos estados de ánimo, seguía adelante enfrascada en cosas que no me importaban demasiado pero que ocupaban mi tiempo.
Llegué temprano al instituto y al atravesar la puerta, me encontré con un gran cartel. La institución cumplía dos años de vida, y había toda clase de festejos organizados para celebrar el acontecimiento. Entré a la sala de profesores y pregunté a mis compañeros cómo se desarrollaban estos festejos.
-El año pasado estuvo muy lindo, se hace una gran feria donde está invitado todo el barrio, los chicos muestran sus producciones, después hay suelta de globos -me contó Lucía.
-Va a ser una semana intensa, Florencia, ¿vos me ayudarías con la decoración del lugar?-agregó Valeria.
-Claro, lo que necesites.
-Pero el mejor festejo es el del viernes a la noche -agregó Juan-. ¿Este año a dónde nos invita la institución?
-A un cantobar de la plaza Serrano, después reparto las invitaciones -le contestó Valeria.
¡Lo único que me falta! ¡Un cantobar!, pensé. Pero al ver la dicha general, me limité a imitar sus sonrisas.
Y ciertamente fue una semana intensa. Los festejos parecían ser algo de suma importancia, y el viernes, cuando la institución abrió las puertas a las familias y al barrio, el centro se lució, los chicos parecían felices y el equipo docente corría de aquí para allá intentando que todo estuviera perfecto. Y lo estuvo, la fiesta fue un éxito.
Aquella noche, por lo menos para mí, no fue tan exitosa, pero ciertamente reveladora. Por supuesto que no quería ir a ese cantobar a cenar, cantar y bailar con mis compañeros, pero debía hacerlo. Y aunque estuve a punto de quedarme en casa, Natalia, casi empujándome hasta la puerta me convenció de que sería bueno que tuviera una noche de distracción.
Cuando llegué, ya casi todos estaban allí. No sabía dónde ubicarme, ya que poco tenía para hablar con todos ellos. Pero al notarme dudosa, Juan con un gesto, me invitó a sentarme a su lado.
-¡Qué bueno que viniste! La mayoría creía que no ibas a aparecer -me dijo sonriente.
-Pero acá estoy... -le conteste algo resignada.
-Bueno, levantá el ánimo... Acá la vas a pasar bien, cantar y bailar un rato le hace bien a cualquiera.
-Vos sabés que socializar no es lo que más me gusta en esta vida... -me sinceré.
-Te voy a dar un consejo, yo no sé qué te habrá pasado en la vida, pero te aseguro que un poco de alcohol te va a venir bien -sin esperar que contestara, llamó al mozo y pidió dos daikiris.
-¡Muy buen consejo! -dije riendo- incitarme a volverme alcohólica.
-¡Tampoco para tanto! pero una noche de descontrol de vez en cuando es divertido.
Y llegó el trago, que estaba delicioso. Tal vez Juan no estaba tan equivocado, tal vez un poco de alcohol le haría bien a mi organismo y entonces al terminarlo, pedí otro, y al terminar aquel, otro más. Y aunque con el primer trago ya estaba mareada, ese estado me encantó, y con el tercero sentía que mi cuerpo se había aflojado, mis facciones se habían ablandado, y una semi sonrisa asomaba en mi cara. Me sentía bien, contenta.
-Dale, nos toca cantar -entendí que Juan me decía mientras me tomaba de la mano para que lo siguiera, pero estaba demasiado mareada, y aunque intenté levantarme, no lo logré. Entonces él y otros de la mesa pasaron al escenario.
-¿Qué estás haciendo? -reconocí su voz de enojado, pero su rostro se presentaba borroso.
-Nada, pasándola bien -largué una carcajada.
-Florencia, estás borracha, estás haciendo un papel lamentable.
-Francisco, no me molestes, la estoy pasando bien, y correte de ahí que estaba sentado Juan... Al final es re divertido. Andate -le dije empujándolo.
-Hacé lo que quieras -me contestó con su voz de enojado y se levantó.
Cuando Juan volvió a la mesa, pidió dos nuevos tragos, y animado por mi buena disposición, comenzó a ponerse cariñoso, abrazándome y jugueteando con mi cuello. Y aunque yo no me encontraba muy conciente, sí pude notar que su actitud me incomodaba; pero a la vez me causaba gracia, de todas maneras, me iba a ser difícil zafar de esa situación.
-Juan, está todo bien, pero no te pases, estoy muy borracha -la sinceridad brotó de mis labios.
-No me voy zarpar, pero por qué ponernos frenos si la estamos pasando bien -contestó, y me besó muy cerca de los labios.
-Tengo ganas de divertirme, nada más -intenté separarme un poco de él, pero no había mucho lugar a dónde escapar.
-Me parece que Florencia no se siente bien, -interrumpió Francisco- la voy a llevar a su casa -agregó mientras me tomaba por los hombros levantándome de la silla. No me dió opción a nada, con firmeza me llevó hasta su auto y sin decir palabra arrancó el motor.
-No se por qué te tenés que meter. Hoy es la primera vez en mucho tiempo que la paso bien, y vos me sacás sin preguntarme.
-Estás borracha, Juan estaba por encararte y me pareció que estabas incómoda, mañana sobria te ibas a arrepentir.
-¡Ah!, es eso, te molestó que un tipo quiera tranzarme, ¿y si eso es lo que necesito? ¡Nadie te pidió ayuda! ¡¿Por qué te seguís metiendo en mi vida?! -le grité con furia.
Francisco detuvo el auto en cuanto pudo y sin soltar las manos del volante, preguntó con angustia.
-¿Por qué me tratás así? Te pido por favor que me expliques, te pido que me digas por qué me odias, ¿qué te hice para que me trates de esta manera? -terminó de hablar y bajó su cabeza.
Mis pensamientos eran confusos por el alcohol, mi razón estaba llena de furia, pero tal vez esa confusión, esa furia, hicieron que esa razón tan desconocida para mí como para Francisco, sin filtro, saliera a la luz. Y a pesar de mi borrachera, de una manera totalmente coherente.
-¿Sabés por qué te odio? -me escuché diciendo- Porque yo estoy así por culpa tuya, porque si vos te hubieras jugado por mí, hubieras luchado, yo estaría hoy con vos, y no sufriendo porque mi novio se murió y me dejó sola. Por eso te odio, porque te hiciste el que me amabas, pero cuando tuviste que luchar, desapareciste, y ahora reapareces haciéndote el bueno, consiguiéndome trabajo, pero sin otras intenciones, con novia. ¿Qué querés? Demostrarme que vos estás re bien, mientras yo estoy hecha una mierda... ¿Lo disfrutás? ¿Lo disfrutás? - clavé mi mirada en su rostro.
Francisco tardó varios segundos en contestar, y cuando lo hizo, levantó su cabeza y enfrentó mi mirada.
-Yo no disfruto que vos estés mal, yo me preocupo. Pero yo no tengo la culpa de la muerte de Mariano, ni de que vos sufras por él. Vos sabés muy bien, Flor, que yo intenté por todos los medios arrancarlo de tu corazón, pero fue imposible. Vos lo amabas a Mariano, y es verdad, yo no luché. No luché porque no tenía sentido luchar, si iba a perder. No me podés echar la culpa de tu sufrimiento, porque no la tengo. Y quiero aclararte que mi vida no está tan bien, sino, yo no estaría acá. Yo soy un reverendo boludo; pero eso no es culpa tuya.
-Yo también te amaba a vos, Francisco, yo te amaba y éramos felices juntos y vos te fuiste, no luchaste, me dejaste servida en bandeja -mis pensamientos brotaban con total naturalidad, como si mucho tiempo hubiera estado pensando en ello, sin embargo eran totalmente nuevos para mí. Mis palabras me sorprendían.
-Flor, vos lo amabas a Mariano, y aunque no hubiera sido tu novio, igual estarías sufriendo su muerte. Él era muy importante para vos.
-La estaría sufriendo junto a vos, vos me estarías abrazando, conteniendo... ¡Yo necesito que me abracen! ¡Yo estoy sola! ¡Sin nadie que me quiera! ¡Sin la capacidad de volver a querer! -grité con furia- ¡Y es culpa tuya! -me abalancé contra él, para golpear su pecho con mi puño; pero Francisco me detuvo y con mucha fuerza me abrazó. Pero yo quería lastimarlo, descargar toda esa bronca, esa impotencia que tenía adentro y que luchaba por salir, pero mi esfuerzo por zafarme de sus brazos era contrarrestado por la fuerza que él ponía en ese abrazo, que terminó venciendo mi voluntad, y al cabo de unos segundos me desplomé. Me desplomé allí, entre sus brazos y un llanto incontrolable me dominó. Lloré, mucho tiempo lloré y Francisco respetó mi necesidad. Se limitó a acariciar mi cabello en silencio.
-¿Me llevás a casa? -le pedí, entre sollozos, cuando logré tranquilizarme. Y así lo hizo.
Al estacionar frente a la puerta de mi hogar, Francisco, me miró con seriedad.
-Florencia, yo... -no lo dejé terminar.
-Ya está, no quiero hablar más... Necesito entender lo que siento... Y aunque sé lo que dije, yo sé que nada es culpa tuya. Gracias por traerme -no lo podía mirar, y sin saludarlo, ingresé a mi casa.
No, no quería hablar más, y en realidad tampoco quería entender mis sentimientos. No quería nada, sólo quería dormir. Desconectarme de todo. Y así lo hice, me acosté y no logré levantarme hasta el lunes. Y aunque en aquellos dos días que permanecí en cama intenté no pensar, no lo logré. Mucho no saqué en limpio, pero sí tomé una decisión, una importante decisión, que fue el motor que permitió que me levantara, me bañara y vistiera ese lunes por la mañana.
Llegué tarde al trabajo, pero no me importó, en ese lugar ya nada me importaba. Pero al pasar por la recepción quedé petrificada ante una participación que colgaba de la cartelera.
Aunque sabía que estaba de novio, ver por escrito que Francisco se casaba en apenas un mes, me sorprendió. Me sorprendió, me molestó. ¿Qué más daba? En realidad su casamiento era algo bueno, así Francisco no podría intervenir más en mi vida. Caminé decidida hasta la dirección. Era con él con quien quería hablar, solamente para eso estaba allí.
Sin golpear, abrí la puerta y lo sorprendí hablando con Valeria.
-¡Florencia! Pensé que te había pasado algo, me extrañó mucho que no vinieras y no avisaras -dijo Valeria.
-Sí, bueno, ya llegué, pero necesito hablar unas palabras con Francisco.
-Pero ahora estamos hablando de algo, ¿por qué no vas al gabinete y después te llamamos? -me contestó sorprendida por mi actitud, pero yo no me moví. Simplemente clavé mi mirada en Francisco.
-Valeria, me parece que Florencia necesita hablar ahora mismo... Danos 15 minutos y después seguimos con esto -Valeria con gesto de confusión en su rostro, se levantó y abandonó la dirección.
Entonces pasé y me senté frente a él. Francisco estaba nervioso, sus facciones estaban tensas.
-Quería hablar con vos antes de poner la participación, te pido disculpas. Te llamé el fin de semana, pero Naty me dijo que no querías hablar con nadie -se apresuró a decir con un tono poco habitual en él.
-No vine por eso, te felicito y espero que seas muy feliz. Por lo menos uno de los dos tiene la posibilidad de serlo, no la desaproveches. Vine para decirte que renuncio, yo no puedo estar más acá. Este lugar ya no me sirve, y a mí no me hace bien estar cerca tuyo. De todas maneras, gracias por la oportunidad -me levanté; pero él tomando mi mano, me detuvo.
-Florencia. Ojalá los dos podamos ser felices. Ojalá yo hubiera luchado más por vos... Y perdoname si ahora intento seguir con mi vida.
-No tengo nada que perdonarte. Me parece bien. Y en serio espero que seas feliz -zafé mi mano y me retiré de allí.

0 comentarios:



Publicar un comentario

Dejá tus comentarios