LOS INVITO A LEER LA NOVELA

Hola a todos!!
Para los que comenzaron a leer este blog más tarde, les cuento que he subido todos los capítulos de "TAL VEZ", mi primer novela.
Para que la puedan leer, pinchen en el archivo y allí les irán apareciendo los primeros capítulos.
¡¡Los invito a meterse en mi historia y a dejar sus opiniones!!
¡¡Que lo disfruten!!
María

¡¡MUCHAS GRACIAS!!

Y sí, se terminó "TAL VEZ". Pero lo que no se terminó es la historia de mi vida.
Espero que haberme animado a mostrarme a los demás haga que cada día mi vida sea un poco más rica.
Desde que comencé este blog me siento así, enriquecida por sus comentarios, por el ánimo que recibí de todos ustedes, por la buena energía que sentí día a día.
Y por eso necesito agradecerles, porque me llenaron de ganas de seguir escribiendo, de seguir mostrando lo que me gusta hacer.
Y también quiero agradecerles por todos sus votos en Book and you, ya que gracias a ustedes "TAL VEZ" salió segunda en el concurso y eso para mí es muy importante.
Como dice Fito: "Lo importante no es llegar, lo importante es el camino" . Y yo estoy satisfecha con el camino que estoy siguiendo.
No se a dónde llegará TAL VEZ, no se a dónde llegaré yo, pero me gusta por donde estoy yendo.
¡Nuevamente gracias por acompañarme!
Los quiero!!
María

CAPÍTULO 33 (capítulo final)

CAPÍTULO 33

Aquella tarde estaba dando clases con el grupo de Luz y sus amiguitas. Ya terminada la actividad, las ayudaba a limpiarse cuando sonó el timbre.
Al abrir la puerta ví a Francisco del otro lado de la reja. Mi corazón comenzó a palpitar con fuerza ante la sorpresa. Quedé paralizada.

-Vine a buscar a Luz -me explicó, al ver que no reaccionaba.
Lo hice pasar.
-Está en el baño lavándose, ya viene... ¿Qué hacés acá?
-Lola me llamó desesperada, que no llegaba, me rogó que viniera a buscarla.
Fue entonces cuando comprendí lo que sucedía. ¡Qué linda que era Lola! Ella jamás se daba por vencida.
-Me pareció raro que se preocupara tanto, pero me dijo que Luz se angustia mucho cuando ella llega tarde a buscarla -era una excusa poco creíble, sobre todo si supiera que Lola debía arrancarla de casa, ya que jamás se quería marchar del taller.
Aunque asentí a la explicación, Francisco notó en mi rostro mi falta de convencimiento y largó una pequeña carcajada. Acababa de darse cuenta de la trampa en la que había caído.
-¡Es genial nuestra amiga! -exclamó, yo solo sonreí por respuesta y agaché mi cabeza algo avergonzada.
Luz volvió corriendo del baño y al verlo a Francisco, emocionada, saltó para que la alzara.
-Fran, ¡quiero que veas mis dibujos!, ¡dale Poty, mostrale mis dibujos! Poty dice que soy una artista -le rogó excitada.
El timbre sonaba, las otras chicas del grupo saltaban a nuestro alrededor y yo seguía idiotizada ante la presencia de Francisco.
-Ahora Poty está ocupada, esperá un poquito -la tranquilizó.
Yo fui hasta la puerta con el resto de las niñas para entregárselas a sus padres, y cinco minutos más tarde regresé. Luz estaba mostrándole el trabajito que habían realizado en la clase.
-¡Qué lindas cosas hacen! -me dijo Francisco mientras me sonreía.
-¡Quiero que le muestres la tortuga que hice! ¡Dale! -tiró de mi delantal a modo de súplica.
-Luz, ya sabés que ahora vienen otros chicos a pintar, y que tengo que preparar todo. Tengo que guardar estos dibujos, para que no se ensucien y lavar los pinceles, barrer. Ya sabés -Luz puso cara de enojada.
-¡Pero quiero que Fran vea todo lo que hago! -dijo encaprichada.
-Fran puede venir cuando quiera a ver tus dibujos. ¿Qué te parece? Pero ahora no se los voy a poder mostrar, porque vienen otros chicos, ¿entendés? -su cara de enojada se iba transformado en cara de llanto.
-¿Puede ser hoy? -me preguntó con un puchero. Por un momento pensé que Lola la había hecho practicar este diálogo. Luz era mejor aún que su madre.
Francisco me miró expectante. Yo le contesté que trabajaba hasta las 8 de la noche.
-Bueno, tengo una idea. Ahora nosotros nos vamos a tomar la leche a un pelotero, después te llevo a tu casa y yo vuelvo a ver tus dibujos. ¿Dale? -el rostro de Luz se iluminó.
Ya más contesta, se abrigó y los acompañé hasta la puerta.
-A las 8 estoy por acá -me dijo serio Francisco a modo de despedida.

De más está decir, que los chicos del grupo de pintura que venían a continuación tuvieron una clase bastante pobre. No lograba concentrarme, en mi cabeza se había instalado el rostro de Francisco y me había obnubilado. Los minutos parecían eternos, hasta que por fin, se hicieron las 8.

Mientras lavaba los pinceles, pensaba que no iba a venir, que simplemente había dicho que vendría para calmar a Luz, en definitiva, no había venido a casa por voluntad propia. Ya habían pasado meses desde nuestra última charla, y si hasta entonces no había aparecido, ¿por qué hacerlo ahora? ¿Por qué abrir una puerta que él mismo se había encargado en cerrar? Pero mis sentimientos me sorprendían, a medida que habían pasado los días, había logrado resignarme, autoconvencerme de que nuestra historia no debía ser y lo estaba llevando bien. Sin embargo, con sólo verlo, todo aquello que sentía se había instalado con más fuerza. ¡Cómo lo deseaba! En aquel momento reconocí que en esos meses, cada vez que sonaba el teléfono, cada vez que tocaban a mi puerta, tenía la ilusión de que fuera él. Y allí estaba yo, lavando los malditos pinceles, sucia, con mis cabellos alborotados, deseando con desesperación que llegara el momento que había soñado y planificado por mucho tiempo. Pero los minutos pasaban y no llegaba.
Barría el taller, cuando por fin el timbre sonó.
Y detrás de la reja apareció Francisco, que estaba aún más lindo que un par de horas atrás. En cambio, yo era un desastre.
-Perdón que tardé, pero Luz no se quería ir del pelotero. ¡Qué personalidad tiene nuestra ahijada!-dijo mientras entraba. Él parecía tan relajado, y yo estaba demasiado nerviosa.
-¿Tomamos un café? Estoy re cansada -le dije mientras caminaba rumbo a la cocina. Francisco me siguió.
Nos sentamos a la mesa de la cocina, uno frente al otro y en silencio bebimos el café.
-¡Qué linda que estás! -su comentario me sorprendió.
-Si, divina, ¡estoy hecha un desastre! -me observé y noté que ni siquiera me había quitado el guardapolvo. Inmediatamente me deshice de él.
-No, te lo digo en serio. Estás radiante, se te ve apasionada, y eso te hace más linda... Aunque tengas la cara manchada de rojo -con su mano acarició mi mejilla para quitarme la mancha.
¡Por Dios! Con ese simple roce sentí que me había ruborizado. ¡Basta! Ya no podía más. No sabía que decir, que hacer, estaba allí sentada, mirándolo embobada. Debía decirle lo que sentía.
-Francisco, estoy re nerviosa. Esperé un montón de tiempo tenerte en frente y ahora que te tengo estoy hecha una idiota. Me moría por verte y me morí de amor al verte. Estoy en desventaja.
-Me parece justo, yo me muero cada vez que te veo y sin embargo me la banco -su contestación me dejó helada.
-Y entonces, ¿por qué no querés estar conmigo? -fui directa, ya no había lugar para la sutileza.
-Flor, yo sé lo que siento por vos, pero todavía no estoy seguro que lo que vos sentís por mí. Vos volviste de Europa, llena de proyectos y entusiasmo. Yo tenía miedo de que ese entusiasmo se pasara, como otras veces se te había pasado. Pero hoy estoy acá y me doy cuenta que no era un cambio pasajero; pero entonces no lo sabía.
-Yo cambié mucho, estaba muy perdida, pero me encontré. Te entiendo, entiendo que dudes, pero ahora por primera vez en mi vida me siento satisfecha conmigo misma, siento que sé hacia donde voy, y fundamentalmente siento que tengo algo para ofrecerte, antes no podía darte nada, porque yo no tenía nada -me levanté y tomé su mano para que me siguiera. Lo llevé hasta el taller-. Esto es lo que soy, esto es lo que me gusta hacer, y me encantaría poder compartirlo con vos. Me encantaría que llegara la noche y yo te pudiera contar las ocurrencias de mis alumnos, mostrarte esas producciones que me sorprenden, pedirte consejos. Me encantaría llevarte al jardín para poder retratarte. También me encantaría prestarte mi oído cuando estés preocupado por tu trabajo, o cansado, o contento, ¿entendés? Reconozco que soy feliz, pero yo necesito compartir mi felicidad con vos.
Ya no podía resistirlo más, necesitaba abrazarlo, besarlo, hacerle entender lo que sentía, pero él notó mis intenciones y con delicadeza me detuvo.
-Hay algo que necesito preguntarte, y te pido perdón, pero necesito hacerlo. Bah, no es una pregunta, es algo que siento... Yo... siento que si Mariano estuviera vivo, no sé si me habrías elegido. En realidad creo que no me habrías elegido.
-¿Cómo saberlo? Mariano está muerto... Yo lo amé a Mariano, muchísimo y te amo a vos. Y te amo desde hace años. Imaginate cuánto te amaré que te estoy esperando desde hace más de cuatro años. Y en estos cuatro años vos te casaste, yo viaje por otros países, conocí a un montón de gente, volví, te declaré mi amor, vos me dijiste que no querías estar conmigo y yo sin embargo te sigo amando, te sigo esperando. Entendeme, Francisco, yo te elijo a vos. Yo quiero estar con vos, hay miles de hombres en este mundo, y yo no quiero estar con ninguno. Quiero estar con vos. Vos me ayudaste a crecer, vos me ayudaste a salir del pozo en el que me encontraba. Y yo no quería volver a amar, pero aquella noche de tu despedida de soltero, me di cuenta de lo que sentía por vos. Estaba dormido y resurgió con más fuerza. Entonces no me animé pero ahora ya no sé qué más hacer para que estés conmigo -un sentimiento de impotencia me invadió y un par de lágrimas rodaron por mis mejillas.
Francisco me abrazó con fuerza y me instó a mirarlo.
-Perdoname, es que hoy vine a tomar la decisión más importante de mi vida, y necesitaba estar seguro -por unos segundos me miró en silencio, para luego acariciar mi mejilla y por fin besarme con avidez-. Yo no sé hacia dónde nos llevará la vida, pero hacia donde vaya, quiero que nos lleve juntos -me dijo con una sonrisa.
Y así sería, porque a mí tampoco me importaba hacia dónde nos llevaría el destino, mientras fuese a su lado, mientras siempre estuvieran esos ojos azules que hacían que me encontrara, que me iluminaban, que me retaban a ser mejor. Era allí donde quería estar, después de tanto andar, era justo allí donde quería estar.


Mi relato aquí termina, pero no mi historia. Porque el futuro se hace día a día, lleno de proyectos, ilusiones, crisis y conflictos, ya que sin estos sería imposible crecer, avanzar. Pero como me dijo Francisco entonces, y me lo sigue repitiendo aún hoy, es más sencillo transitar el laberinto de la vida si se sabe dónde se quiere estar.



La vida es como un cuadro. Es una obra de arte que uno va pintando, a veces usando la razón, a veces la pasión. Donde el lienzo se va enriqueciendo con cada prueba, cada manchón, cada pincelada. Donde son necesarias las sombras para que se noten las luces. Donde los colores plenos no alcanzan, ni los blancos, ni los negros... yo no podría pintar sin matices. Y donde cada trazo, cada elemento que uno incluye en la obra, modifica al resto.
Así es para mí la vida, y así es como planeo vivirla...

FIN.

CAPÍTULO 32

CAPÍTULO 32

Llegué a Buenos Aires el día que Luz cumplía cuatro años. Apenas tuve tiempo de dejar mis valijas y casi con desesperación, corrí a casa de mis amigos para poder abrazar a mi pequeña ahijada.
Antes de entrar tuve miedo de que no me reconociera. Aunque nos comunicábamos por Internet y nos veíamos a través de una pequeña camarita, la realidad es que habíamos pasado tres años sin tener un contacto real, y no sabía si para una persona tan pequeñita, el contacto virtual tenía algún significado.
Apoyé las dos bolsas llenas de paquetes y toqué la puerta. Al abrirse, los ojos de Lola se abrieron ante tamaña sorpresa y sin decirnos palabra, nos abrazamos. Había extrañado mucho a mis afectos y reencontrarme con ellos era algo ansiado.
A lo lejos, vi que Luz espiaba curiosa intentando averiguar quién había llegado. Se acercó con recelo y pude escuchar su dulce vocecita.
-¿Vos sos Poty? -me preguntó y noté que desviaba su mirada hacia los paquetes.
-Sí, ¿te acordás de mí? -me arrodillé para quedar a su altura.
-Claro, si el otro día hablamos por la computadora -giró hacia donde estaban sus amiguitas y gritó-: ¡Llegó mi madrina!
-¿Me querés dar un beso? -le pregunté con timidez y le ofrecí mis brazos. Divertida corrió hacia mí y me estampó un beso en la mejilla. Como noté que no aguantaba más la tentación ante tantos paquetes, le conté que eran regalos de cada uno de los lugares que había visitado y uno por uno los fuimos abriendo. Una vez satisfecha, corrió nuevamente con su grupo de amiguitas.
Estaba muy feliz de volver a encontrarme con mis queridos amigos. Desgraciadamente no era el lugar ideal para tener una charla tranquila donde ponernos al día después de tanto tiempo, ya que Lola y Fede corrían de aquí para allá atendiendo a los niños y a los invitados. Pero sí pude sentarme con Natalia y Lucrecia y disfrutar de una de esas charlas que solíamos tener antes de mi partida. En mi ausencia, Lucrecia y Martín se habían casado, y sabía que estaban esperando un bebé, pero verla con la panza me emocionó. Así que pasamos largo rato charlando del niño que esperaban para el mes de septiembre. Natalia y Lucas no seguían juntos. Pero ella estaba muy enamorada del pastelero que trabajaba con ella y ya llevaban saliendo más de medio año. Ponerme al día de sus vidas me encantó, charlar con total naturalidad, como si no hubiera pasado el tiempo me tranquilizó. Noté la ausencia de Francisco, pero tenía tantas cosas de qué hablar con mis amigas que no tuve tiempo de preguntar por qué no estaba. Pero unos minutos antes de que Luz soplara las velitas, llegó. Estaba cambiado, se había cortado el pelo haciendo que sus ojos azules resaltaran aún más y tenía una barba bastante corta. Por su ropa y su maletín, supuse que venía del trabajo.
Luz se abalanzó sobre él y no lo soltó hasta que se colocó junto a la mesa, frente a la torta. Una vez sopladas las velitas, las animadoras llevaron a los niños a romper la piñata, y mientras mirábamos el espectáculo, me acerqué a Francisco. Recuerdo que en ese momento me sentí como una adolescente, noté que mis mejillas se habían ruborizado y percibí en mis piernas un pequeño temblor.
-Hola- apenas pude decir.
-Volviste -me contestó acompañando su voz con cara de resignación.
-¡Ay! ¡Qué feo sonó! –escapó de mi pensamiento.
Francisco sonrió ante mi comentario.- Perdón, ahí va de nuevo. ¡Volviste! ¿Todo bien?
- Muy bien, ¿vos?- no parecía estar muy entusiasmado con mi presencia. Mientras me hablaba, observaba los movimientos de los chicos luchando por caramelos.
-Bien, gracias... -calló unos interminables segundos- ¿Bien el viaje? -seguía sin mirarme.
-Genial -quise contarle algo sobre el mismo pero me interrumpió.
-Me alegro... bueno... nos vemos -con un gesto de la mano se despidió, y se dirigió hacia donde estaba Federico.
Bien, esto me costaría mucho más de lo que esperaba. Evidentemente Francisco no estaba muy dispuesto a cederme algo de su tiempo. Y era entendible, su vida había cambiado mucho en los últimos años. Y aunque estaba convencida que hablaría con él, para contarle mis sentimientos, también tenía la firme convicción de respetar su decisión y no intentar modificar su postura, pero eso sería una vez que lograra que él me escuchara. Y tarde o temprano lo lograría.

Pero Francisco no era el único tema que me preocupaba. Debía poner en marcha mi proyecto. Estaba realmente ansiosa, y no quería perder ni un segundo más.
Lo primero era la organización del taller de pintura que había planeado. Y su lugar no era otro que mi casa. Natalia ya no vivía allí, un par de meses antes de mi regreso, ella se había mudado con Santino, su novio.
Entonces, desde la distancia, le había pedido a Lucas, que se había recibido de arquitecto, que se encargara de las modificaciones necesarias para que el taller quedara como lo había soñado. No eran muchas las reformas, simplemente unificar el comedor diario con un escritorio que había junto a él y realizar una entrada desde el garage directo a este sector que sería el taller. Y luego acondicionarlo con estantes, mesas y otras tantas cosas que se me habían ocurrido.
Al bajar del avión, apenas había pasado por casa a dejar las valijas e intencionalmente no quise entrar a mi nuevo taller para verlo, porque sabía que no podría disfrutarlo. Por ello, al terminar la fiestita de Luz, rogué a Lucas que me acompañara a casa, para que juntos disfrutáramos de su primer trabajo y mi primer gran proyecto.
-Bueno, Poty, acá estamos, espero que te guste -dijo serio frente a la casa y sacando una llave de su bolsillo, abrió el portón del garage, que ahora estaba dividido y contaba con un pasillito que daba a otra puerta, que con otra llave, también abrió.
Y allí estaba mi taller, aún mejor de lo que había planeado en mi cabeza y en los planos que por mail le había enviado a mi amigo. Lo que había sido por mucho tiempo el comedor diario era un gran ambiente pintado con una pátina de amarillo ocre y maíz que hacía que se viera aún más luminoso y amplio. Ya no era un gran rectángulo, antes de llegar a la cocina, para uno de los laterales se abría otro ambiente, formando una L. En una de las paredes del ambiente más pequeño, había pedido que empotraran un panel que podía inclinarse para pintar en dos posiciones. En el ambiente más grande, Lucas había colocado en una de las paredes varios estantes y en la pared de enfrente unos paneles para poder exhibir los trabajos. Luego una gran mesa atravesaba el taller, y un par de mesas auxiliares remataban la decoración. Noté que no podía contener mis lágrimas, allí estaba materializado mi proyecto, todo era perfecto. Abracé a Lucas con fuerza.
-No sé cómo voy a poder pagarte esto, no tengo palabras para agradecerte -besé su mejilla.
Lucas sonrió satisfecho. -Tu papá me lo pagó muy bien, así que vas a tener que pensar otra forma de agradecerme -rió con ganas.- ¿En serio te gustó? -parecía orgulloso.
-Me encantó, mucho mejor de lo que imaginaba. ¡Vamos a festejar! Te invito a cenar.
Y así lo hicimos, terminamos en un restaurante por Plaza Serrano. Nos quedamos varias horas, en las que Lucas me puso al día con todo lo acontecido en mis tres años de ausencia. Reí con ganas con todas sus anécdotas y luego comenzamos a tocar temas más importantes.
-¿Y de amores qué me contás? ¿Cómo quedó todo con Naty? -se achicó un poco su sonrisa.
-Estamos bien, nunca tendríamos que haber estado juntos, era una gran amiga, y ahora cada vez que estamos en el mismo lugar, apenas nos saludamos..., pero bueno, si no probaba nunca iba a saber si tenía o no que ser. Y para ella fue igual, estaba tan enceguecida con eso de que me quería que ya no era realmente a mí a quien quería, bueno, qué sé yo. Una gran mina, pero no la de mi vida.
-Ya llegará.
-Sí, no me tiene para nada preocupado, y mientras tanto la paso bien. ¿Y vos? Me enteré que estuviste con un gallego.
-Manuel, un divino, la pasamos genial, pero nada más... Vine con la idea de tener una charla con Frank, pero hoy me cortó el rostro.
- Vos tenés que entender que él intentó sacarte de su vida. Por algo se caso, y tu ausencia para él fue un alivio. Dale tiempo, se había mal acostumbrado a no verte. Se debe haber impresionado.
-Estoy de acuerdo, pero igual creo que me debo esa charla, yo no pienso obligarlo a nada, pero quiero decirle lo que siento. No me puedo quedar con estos sentimientos adentro.


En los días sucesivos me dediqué a la promoción de mi taller. Logré promocionarme en un par de revistas barriales, y colocar anuncios en los negocios cerca de casa. Lola fue mi gran publicista, se encargó de entusiasmar a las madres del jardín de infantes donde iba Luz, y así formé mi primer grupo de alumnas. Y poco a poco, se fue sumando gente interesada en tomar clases.
Estaba muy entusiasmada con el proyecto, que llenaba casi todos mis días. Por eso, no me amargaba tanto el hecho de ser rechazada constantemente por Francisco, que jamás devolvía mis llamados y que me evitaba en cualquier reunión en la que nos cruzábamos.
El grupo de alumnos que más me divertía era el de Luz y sus amiguitas. Me causaba tanta gracias escuchar sus comentarios y razonamientos, que las dos horas que compartíamos se esfumaban a gran velocidad.
Y cuando sentí que mi vida laboral estaba bien encaminada, me propuse resolver mis asuntos amorosos pendientes. Ya no esperaría más, no dejaría pasar más tiempo. Esa charla con Francisco no se pospondría ni un día más. Con la ayuda de Lola, averigüé cuales eran sus horarios y ese martes al mediodía me instalé frente al instituto donde debía estar, y esperé a que saliera.
Más de media hora esperé apoyada en el capot de un auto mirando fijamente a la puerta de la institución. Y nada sucedía, nadie salía ni entraba allí. Tal vez no había ido, tal vez Lola no había conseguido la información exacta. Tal vez esa charla nunca llegaría a darse. Ya estaba por marcharme, cuando sentí un ruido de llaves, e inmediatamente la puerta se abrió. Francisco salió hablando por su celular, apurado. No notó mi presencia, pero yo caminé hacia él y lo llamé. Inmediatamente se detuvo y giró hacia mí.
-¿Qué hacés acá? -dijo sorprendido.
-Vine a buscarte. Necesito hablar con vos, pero parece que los mensajes que te dejo nunca te llegan.
-Flor, estoy super ocupado. Me están esperando en la sucursal de Nuñez.
-Deciles que te vas a atrasar media hora, eso es todo lo que te pido. Que me des media hora de tu tiempo, y después prometo dejarte en paz -estaba muy nerviosa, mi corazón palpitaba a gran velocidad, esta vez no podía dejarlo escapar.
-¿No te diste cuenta de que no quiero hablar con vos?
-No soy tonta, claro que me di cuenta, pero yo necesito esta charla, esto es lo único que te pido, y no pienso volver a molestarte. Creo que me lo merezco... No hagas que te ruegue...
Puso una cara mezcla de resignación y enojo. Luego tomó su celular e hizo una llamada avisando que llegaría más tarde.
-Bueno... ¿Vamos allá? -señaló con la cabeza un café ubicado en la esquina. Yo asentí y caminamos en silencio hasta allí.
Antes de comenzar con mi discurso, me tomé unos segundos para acomodar mis pensamientos. Debía ser clara y concisa, ya que Francisco no volvería a darme otra oportunidad.
-Te escucho-dijo serio.
-Esta charla la vengo pensando desde hace un par de años; pero nunca te imaginé en esta postura... Tengo mil cosas para contarte, pero voy a concentrarme en lo más importante. Tal vez algún día pueda decirte el resto. El tema es el siguiente... Yo estoy enamorada de vos, y llevo mucho tiempo enamorada de vos. Pero antes no estaba preparada para ofrecerle nada a nadie. No estaba preparada para brindarme al cien por ciento a alguien. Yo no sabía qué quería de mi vida. Y vos tuviste razón cuando me dijiste que yo no me podía jugar por nada, que mi vida era un eterno tal vez. El tema es que no sabía por qué vivía así... Ahora lo sé. Yo vivía con miedo, miedo a quedarme sola, miedo a sufrir, miedo a perder algo que me importara. Por eso no podía tomar decisiones en mi vida, porque vivía dominada por el miedo. Pero mirá qué loca que es la vida, porque de golpe, todo a lo que le tenía miedo me sucedió. Y pude seguir viviendo. Reconozco que el primer tiempo viví aterrada, aún más metida para adentro, casi paralizada. Pero después me di cuenta de que no podía dejar de vivir por tener miedo a perder, hiciera o no hiciera lo que quería yo, a las cosas externas a mí no las puedo dominar. Y darme cuenta de eso me liberó. Cambié mucho, Francisco, ahora sé lo que quiero, ahora me animo a probar, aunque no sé qué pasará, pero yo me animo. Así me pasó con el taller que puse. Me jugué todo lo que tenía y gané. Con vos no sé qué va a pasar, pero tenía que decírtelo. Francisco, yo te quiero y sería muy feliz si estuviéramos juntos.-no supe si había sido muy clara, pero imaginé que la idea principal había sido captada.
Francisco permaneció callado unos segundo, observándome.
-Yo también cambié en estos años. Mi vida cambió. Yo no estuve de viaje, descubriendo lugares increíbles y pasándola bien... Yo me quedé acá, intentando arreglar mi vida. Intentando hacerte desaparecer de mi cabeza... Y cuando creí que lo había logrado, reaparecés... Yo me casé con otra mujer.
-Sí, ya lo sé... Pero también se que te divorciaste, sino, no estaría acá.
-No creas que me divorcié por vos, nos separamos porque... -se detuvo y apoyó la cabeza sobre su mano-. Me alegra mucho que hayas cambiado, que te sientas bien, que tengas proyectos, pero sacame a mí de tu vida. Ahora yo tengo miedo. Ya me cansé de esperarte, de buscarte y de escuchar que no me elegís... Tengo miedo de que vuelva a pasar lo que pasó antes.
-Yo te elijo, yo te amo; pero te entiendo... Sólo quiero que lo sepas... Vos sabés donde encontrarme...
-¿Vamos?
Caminamos en silencio hasta su auto, pero antes de subirse fijó su mirada en la mía.
-Realmente me pone contento verte tan bien. Y perdoname, pero no puedo.
-Está bien... Sólo necesito pedirte algo más antes de despedirnos -él asintió con la cabeza ante mi pedido. Entonces, yo tomé su cabeza y la atraje hacia mí, para besar su boca largamente. Francisco no opuso resistencia, es más, me abrazó para continuar besándonos unos minutos.
-Nos debíamos un beso de despedida -le dije al separar nuestros labios, Francisco sonrió y se introdujo en su auto.
Tenía miedo, ¿cómo no iba a tenerlo? Si yo no había hecho más que desilusionarlo una y otra vez. Pero yo me fui ilusionada de aquella charla. No estaba todo perdido, para nada. Sus labios me habían dicho algo muy diferente a sus palabras.

CAPÍTULO 31

CAPÍTULO 31

Y por fin partí para Europa, llena de entusiasmo y ansiosa por empaparme de conocimientos.
El primer mes lo dediqué al ocio, recorriendo las capitales principales y las ciudades más visitadas por los turistas.
Caminaba bordeando el Támesis cuando recordé a Mariano. Varias veces habíamos paseado por allí con él. Recordé caminar de su mano, muertos de frío, pero felices, disfrutando de aquel viaje tan lleno de sorpresas, de nuevas experiencias. Y entonces, miles de imágenes gratas comenzaron a cruzarse ante mí... ¡Qué felices habíamos sido! ¡Cuántos momentos inolvidables había pasado a su lado! ¡Es tan lindo amar, sentirse enamorada! El amor hace que todo se vea más brillante, más bello. Noté que unas lágrimas se escapaban de mis ojos. Pero no eran lágrimas de dolor. Estaba feliz de poder evocarlo con alegría.
No debía renegar de mi pasado, ni llorarlo. Allí comprendí que debía atesorarlo, usarlo en mi vida, aprender de él. ¿Cómo por tanto tiempo olvidé las palabras tan sabias de Mariano? Yo debía seguir pintando mi vida, y disfrutar de sus matices. Y el amor era parte de la vida, y aunque a veces te hace sufrir, otras te llena de gozo y satisfacción.
La vida era linda, aunque Mariano no estuviera, aunque a veces todo parecía oscurecer... Y allí, pude comprobar que los lugares y las experiencias podían ser tan bellas y espectaculares como antes lo habían sido para mí.
Ya satisfecha, me dediqué por completo al estudio. Mi primer lugar de residencia fue Roma, donde estudié unos cuantos meses. Fueron meses intensos, donde pude relacionarme con personas que compartían mi misma pasión por el arte y apasionarme aún más.
Luego me trasladé a París, donde pasé seis meses inolvidables. Allí mis experiencias superaron a las puramente educativas. Una de esas tantas tardes en Mont Martre, en el paseo de los artesanos, conocí a un bohemio encantador, que me sedujo luego de una interminable charla. Era español y vivía recorriendo el continente con su música. Su nombre era Manuel. Es un personaje entrañable que siempre guardaré en mis recuerdos. Se podría decir que fue uno de mis maestros preferidos. Aunque con él no aprendí nada de historia ni de pintura, me enseñó a ver la vida con otros ojos. A valorar la posibilidad de poder dedicarme a lo que me apasionaba. Viéndolo, descubrí que es mucho más fácil de lo que parece ser feliz, que no es necesario estar cargado de bienes materiales, siempre y cuando se tenga bien en claro cuáles son las prioridades para uno.
Manuel me enseñó muchas cosas, me enseñó a escucharme, y me enseñó a sentirme nuevamente mujer. Y estando con él, pude comparar y saber dónde quería estar.
Me despedí de Francia para instalarme en Florencia, una ciudad que me enamoró. Estando allí, me enamoré de la obra de Miguel Ángel. Sus esclavos escapando de la piedra me llenaron de inspiración y admiración. Ojalá llegara a tener una pizca de su genio. Y me apasioné por aprender cuanto pudiera de él. Luego pasé un par de meses en Barcelona.
Mi último destino fue Madrid. Esa ciudad me encantaba, me sentía cómoda en ese lugar, algo en ella me hacía recordar a Buenos Aires. Cuando me sentí satisfecha con mi instrucción, noté que rápidamente habían pasado casi tres años.
Antes de regresar, no pude evitar la tentación de volver a Roma. Roma para mí es uno de esos lugares donde siempre añoro estar. Caminar por sus calles me parecía excitante. Encontrarme con ruinas entre las edificaciones me fascinaba. Acercarme hasta “La Piedad” todos los días y darle mis respetos y caminar por la avenida entre los foros rumbo al Coliseo eran mis mayores caprichos.
Y sentada allí, frente a esa majestuosa vista, fue el mejor lugar que encontré para hacer un balance de mi viaje.
Había pasado unos años maravillosos, alejada de todos mis seres queridos y eso me hizo concluir que se puede subsistir sin los afectos, que solo uno mismo es quien gobierna las acciones y las experiencias que desea vivir, aunque a veces estas te sorprendan. Y ese pensamiento me fortaleció.
Estaba conforme con lo que había vivido, repleta de información, que no había hecho más que reafirmar mi amor por las artes plásticas. Y ahora debía pensar qué haría con esos nuevos conocimientos, con toda esa experiencia que había adquirido.
Sabía que seguiría pintando, ahora con muchas más herramientas, pero también comprendí que necesitaba transmitir a otros la pasión que despierta la pintura. Sí, sería feliz ayudando a otros a experimentar el placer de expresarse a través de un pincel.
Pero ese aspecto de mi vida no era el único que merecía reflexión. Mi corazón, abandonado por algún tiempo, necesitaba ser escuchado. Allí también había que tomar definiciones... y me dejé escucharlo. Y lo que me dijo, curiosamente, no me sorprendió. Había estado tantos años separada de él, que era extraño sentir lo que sentía. Pero era con Francisco con quien yo quería estar. En verdad, no sabía qué me depararía el destino, no sabía si él estaba dispuesto a estar conmigo, si ese amor que por mucho tiempo había sido incondicional para mí, lo seguiría siendo. Aún así, debía arriesgarme... Y aunque recibiera una reacción contraria a la que deseaba, Francisco merecía saber cuales eran mis sentimientos, aunque más no fuese para retribuirle sus años de espera. No puedo negar que ante tantos razonamientos, en algún momento, el miedo a volver a sufrir apareció, pero decidí desecharlo. El tiempo y la vida me habían enseñado que un momento de felicidad valía la pena, aunque luego apareciese el dolor.

CAPÍTULO 30

CAPÍTULO 30

No sé bien cuando fue, qué día y bajo qué circunstancia, pero recuerdo que me sorprendí. Hasta entonces, comenzar mis días era difícil y doloroso. Siempre igual, llena de desazón, pesada, lidiando con esa opresión que me venía acompañando por más de un año. Pero aquella mañana me sentí ligera, con ganas, no de algo en especial, simplemente ganas. Y me sorprendí. El dolor no me estaba acompañando, no comprendí cómo ni por qué, pero me había abandonado.
Estoy convencida. Basta sólo con entreabrir una puerta a los deseos, para que comiencen a entrar y adueñarse de tu ser. Y eso fue lo que me pasó. Comprobé que no quería seguir conviviendo con la tristeza, que podía estar bien, que podía disfrutar, reír, gozar y hasta sentir pasión. Y aunque el miedo luchaba por acallar esas necesidades, se habían reinstalado para no abandonarme más.
Y comencé a escucharme, a mirarme.
Había estado muerta por mucho tiempo. Había escapado de mi vida para sumergirme en otra oscura, seca, pero segura, donde no había espacio para sentir. Pero, ¿a dónde me había llevado esa vida? A ningún lado. Me había suspendido en el tiempo, sumergiéndome en el dolor que tanto luchaba por erradicar.
Entonces, supe qué debía hacer.
Subí despacio las escaleras, casi con temor, y llegué hasta la puerta. Sabía que debía entrar. Sabía que ese era mi lugar, que estando allí sería feliz; pero había cerrado por tanto tiempo esa puerta, que no sabía qué sentiría al abrirla. Tomé valor y entré. Caminé hasta el caballete y lo recorrí con mis dedos. Y luego me perdí en aquel cuadro lleno de colores, de luces y de sombras. Era perfecto, era mi obra mejor lograda. Qué contradictoria la vida, ¿no?
Había pintado ese cuadro el peor día de mi vida, y sin embargo, lo observaba y lo encontraba maravilloso. Como una vez lo había hecho Francisco, yo también me reconocí en esa obra. Me veía en esos trazos, en esos colores. Esa era yo, esa era mi vida. Y entonces comprendí que pintar no era una distracción para mí, era una necesidad.
Busqué un lienzo en blanco y, destronando al cuadro, lo coloqué en el caballete. Dejé que mis manos tomaran vida propia y me sumergí en los colores y las formas. Y la vida se me iluminó, de pronto todo tenía más color, más luz, la sonrisa se instaló en mi cara y contagió a todo el cuerpo. Me sentía feliz, extasiada, satisfecha.
Había perdido tanto tiempo buscando mi futuro, que ya no lo quería perder más. Pintar era lo que amaba, para eso había nacido y debía hacerme cargo de esa decisión, de ese deseo. Y entonces, esos proyectos que nunca aparecían, ese futuro que nunca veía claro, comenzó a aparecer ante mis ojos con total definición.

Luego de planificar el camino que quería seguir, sentí la necesidad de compartirlo con mi padre y partí rumbo a Mar del Plata.
Tuvimos largas charlas, no sólo sobre mi futuro, sino también sobre mi pasado. Por fin había comprendido por qué papá se había escapado luego de la muerte de mamá. Y perdonarlo por su abandono, causó mayor regocijo en mí que en él.
Compartimos varios días juntos, ya que sabíamos que no nos veríamos por un largo tiempo, y a comienzos de julio, regresé a Buenos Aires.
Ni bien llegué, invité a mis tres amigas a cenar a casa. Quería compartir con ellas mis proyectos, quería compartir con ellas mi alegría, ya que tantas veces me habían acompañado en mi dolor.
-Chicas, primero que nada, quiero agradecerles porque siempre estuvieron conmigo cuando las necesité. Este último tiempo para mí fue difícil, pero sin su ayuda no habría podido salir adelante -las tres contestaron frases emotivas y yo continué-. Bueno, y ahora, quiero contarles que por fin tengo bien en claro qué quiero hacer con mi vida. Me pienso dedicar de lleno a la pintura. Voy a estudiar un poco de historia y voy a seguir perfeccionándome. Conseguí unos cursos buenísimos... -tomé valor y terminé mi frase- en Europa -las miré con una sonrisa, pero sus caras no sonreían, parecían sorprendidas. La primera en digerir la noticia fue Natalia.
-¡Me encanta! ¡Te felicito! -dijo con total sinceridad.
-¿No te estás escapando, Poty? -me preguntó con seriedad Lucrecia-. Te fuiste a Mar del Plata cuando se casó Francisco. ¿No te vas por eso a Europa?
-No, ya me escapé mucho tiempo, ahora estoy intentando encontrarme. Mi decisión no tiene que ver con Francisco. Tiene que ver conmigo. Yo sé lo que siento por él, y este no es nuestro momento. Antes que proyectar algo con alguien, tengo que proyectarme, armar mi futuro. Además no me voy a vivir, me voy a estudiar, a empaparme de tanta cultura. Y tengo que aprovechar que estoy sola y lo puedo hacer -observé a Lola que seguía callada y con cara de sorprendida.
-¿Qué pasa Lola?
-Me encanta que estés bien y llena de proyectos. Pero te voy a extrañar, y Luz también... ¿Cuánto tiempo te vas?
-Calculo que serán un par de años. No creo que aguante mucho más lejos de acá. Yo también las voy a extrañar, pero para algo existe Internet, y además a lo mejor me pueden ir a visitar. Bueno, ya está, ya se los dije. Ahora quiero que disfrutemos de esta cena de chicas solas que hace años que no tenemos.
Nos quedamos hasta la madrugada recordando viejas anécdotas, poniéndonos al día de nuestras vidas. Y aquella noche fue uno de los recuerdos que me acompañó a lo largo de mi viaje por el viejo continente.

¡No podía creer que Luz ya tuviera un año! Me descubrí pensando mientras la veía caminar con torpeza con un vestido rosado y un moñito en su cabeza. Su primer cumpleaños era un acontecimiento demasiado importante para perdérmelo, por eso, organicé mi viaje para un par de días luego del festejo.
Como Lola y Fede eran los primeros en el grupo de amigos en tener hijos, en aquella fiesta lo que menos había eran niños, en cambio su casa se había llenado de amigos y parientes que se desvivían por mimar a Luz. Y en esa fiesta, me reencontré con Francisco. Ese día, era yo quien necesitaba despedirme de él.
Esperé el momento preciso, en que su mujer no se encontrara cerca, para que pudiéramos charlar solos unos momentos, y lo enfrenté.
-¿Cómo estás? -le dije mirando esos ojos azules.
-Bien... -me sonrió.
-Me alegro... Tenía la necesidad de pedirte disculpas. Como siempre, tenés derecho a estar enojado conmigo.
-Ya estoy acostumbrado a nuestros momentos... Y la verdad es que no me enojo con vos, sino conmigo. En realidad, yo actué muy mal.
-Igual te pido perdón... Siempre me pareciste un tipo genial y creo que muchas veces no te lo demostré.
- Gracias, pero, ¿a qué viene esto?
-Es que me voy por un tiempo.
-¡Cierto! A Europa, ¿no?... La verdad es que no pensé que te fueras -lo miré sorprendida y rápidamente continuó.- Es que antes nunca te habías querido ir.
-Sí, bueno, es que antes no tenía a donde irme. Y bueno, quería despedirme de vos y agradecerte, porque aunque no lo sepas vos me ayudaste a salir y a empezar a armar mi futuro.
-Me alegro, Florencia, ojalá que te encuentres.
-Ya me encontré- le sonreí y me alejé.
Verlo despertaba en mí sensaciones y deseos que en esos momentos no debía expresar. No era justo que lo hiciera. No cuando él acaba de iniciar un camino junto a otra mujer.

ÚLTIMA PARTE: "LOS MATICES"


ÚLTIMA PARTE: "LOS MATICES"


Aquella noche con Francisco hizo que mis ojos se abrieran. Había estado tanto tiempo sumergida en mi dolor, en mi desazón, que mi percepción sobre la vida se había desdibujado.
Tan presente era el dolor, que se había apoderado de mí un intenso miedo... un miedo a nunca poder salir de ese infierno.
Y aquella noche comprendí que le echaba la culpa al amor. El amor me había hecho sufrir, pensaba. Por eso no debía volver a amar. Por eso había alejado de mi vida a lo que más amaba. Pero igual seguía siendo infeliz.
Entonces pensé que tal vez estaba equivocada, que tal vez, mi infelicidad se debía a mi pasividad, a mi falta de voluntad de salir de ese lugar lleno de dolor en donde me había fijado.
Y perdida en estos razonamientos, de pronto, noté cómo la luz iba tiñendo mi percepción, cómo los grises se iban mezclando con el color.

CAPÍTULO 29

CAPITULO 29
Volvía del correo de enviar el telegrama de renuncia, cuando desde la esquina pude ver la silueta de Lola, con Luz en el cochecito, frente a la puerta de mi casa. Mi amiga era realmente genial, y demasiado expeditiva. Jamás había logrado comprender cómo se enteraba de todo con tanta rapidez, pero así era ella. Con una sonrisa la saludé y rápidamente ingresamos a casa. Todavía no hacía mucho frío, por eso decidimos instalarnos en el jardín, para poder charlar tranquilas, mientras Luz gateaba por el pasto.
-Yo realmente estoy muy preocupada. Tuviste un fin de semana fatal, y ahora renunciás y para colmo se casa Francisco... Las cosas no solamente no están bien, sino que cada vez peor.
-Lola, no te preocupes por mí. Yo estoy bien -no me dejó continuar.
-¿Qué vas a estar bien? ¡Estás hecha mierda! No vas ni para atrás ni para adelante -estaba indignada-. Yo pensé que con el tiempo te ibas a poner mejor, pero la verdad es que no querés salir de esto. Vos no querés volver a vivir -unas lágrimas rodaron por sus mejillas. Lola estaba más preocupada que yo.
-Lola, por favor. No te pongas mal. Yo estoy bien... aunque no lo parezca. No te voy a negar que sigo triste y que no quiero involucrarme demasiado con nada, pero no estoy sufriendo. Estoy acostumbrada.
-No trates de consolarme, porque voy a terminar tirándome un tiro... Y para colmo el tarado de Francisco que se casa... Ustedes dos son un desastre... Yo estoy muy mal por ustedes dos y me siento muy impotente.
-Francisco se casa, eso es algo bueno para él. ¿Por qué te pone tan mal?
-Si vos lo hubieras visto el sábado en casa, totalmente angustiado, hasta lloró. Federico ya no sabía qué hacer. Francisco no está enamorado de Mara. Se casa porque ella se lo pidió y porque él piensa que es la única manera de sacarte de su cabeza. Va derecho al matadero -me dejó sin palabras; pero ella tenía muchas más para decir-. Y para colmo vos le salís con planteamientos de que no luchó por vos, y que ahora serían felices... Entonces yo me pregunto... ¿Qué mierda te pasa a vos? ¿Seguís enamorada de él? Porque puede ser, en realidad vos nunca dijiste que no lo querías. Simplemente elegiste a Mariano. Y esto me lleva a reflexionar, que si es así, vos tendrías que hacer algo para que Francisco no se case. Y para eso estoy yo acá.
-¿¡Estás loca!? Primero que yo no voy a hacer nada para que Francisco no se case. Él es grande y sabe lo que quiere hacer. Segundo, yo no pienso revisar lo que siento por Francisco, porque yo no quiero sentir nada por él. ¿Todavía no entendiste que yo no me quiero volver a enamorar? Prefiero terminar sola y triste y no desgarrada de dolor. Y entiendo tu preocupación, pero dejá todo como está. Ahora prefiero ir a jugar un rato con Luz... -no dejé que hablara más. Me parapeté tras su hija para que no me acosara.
Ante mi negativa, resignada, dejó de insistir en un plan para salvar a Francisco, pero por la noche quien tomó la posta fue Natalia. Yo entendía que estuvieran preocupadas por un amigo, pero ellas me pedían demasiado. Además convencer a Francisco de que no se casara me parecía una estupidez, ya que yo no tenía nada para ofrecerle a cambio. Luego de una larga charla, por fin pareció entender. Y entonces pensé que el tema ya estaba cerrado, y que mis amigas respetaban mi decisión. Pero fui muy ingenua...
Era sábado por la noche. Estaba tirada en el living mirando tele, mientras esperaba que Natalia terminara de cocinar unas pizzas, cuando sonó el timbre. Algo sorprendida fui a ver quien era y me encontré con dos caras felices que me saludaban. Lola agitando una botella de vodka gritaba “Noche de mujeres” y detrás suyo Lucrecia con una botella de champaña decía “Hay que festejar”. Entraron exaltadísimas.
-Fede y Martín salieron, así que yo dejé a Luz a dormir en lo de mamá para que tengamos una noche de chicas.
-¡¡Genial!!Yo estoy preparando pizzas, pasen, vamos -todas parecían contentísimas.
-¡Pizza con champaña!!¡Qué nivel! -agregó riendo Lucrecia.
Y bueno, pensé. Un poco de diversión y alcohol no me vendría nada mal.
Cenamos muertas de risa, y luego comenzamos a inventar tragos con el vodka y otras bebidas que aparecieron por allí. Yo estaba completamente relajada y divertida y muy pasada de alcohol.
-¡Vamos a bailar! -gritó Lola. Y en menos de diez minutos estábamos todas montadas en un taxi rumbo a una disco de la cual no logré entender el nombre.
Rápidamente nos ubicamos en el centro de la pista ¡Me sentía tan libre! Mi cuerpo disfrutaba con cada movimiento, mi rostro había perdido esa dureza, ese rictus que se había instalado por más de un año. Y en cambio no podía borrar la sonrisa, no quería hacerlo. Mis pensamientos eran confusos, pero misteriosamente felices. Aún con la poca conciencia que tenía, disfrutaba plenamente de ese momento.
-¡Vinieron! -escuché la voz de Federico y pronto lo descubrí abrazando a Lola-. Vengan, estamos por allá -y tomándonos de la mano, nos guió hasta unas mesas ubicadas en un rincón del local.
Y allí estaban todos, Lucas, Matías, Martín y Francisco. Las mesas estaban llenas de vasos vacíos y otros tantos llenos.
-¡Vengan, chicas! ¡Vamos a brindar! -gritó Lucas.
Creo que todos estaban tan borrachos como yo, o eso parecía. Yo estaba sorprendida, y hasta algo indignada por haber caído en la trampa de mis amigas, pero ya estaba allí y no quería desaprovechar el momento de felicidad por el que estaba transitando. Me senté entre Lucas y Francisco y tomando un vaso que por ahí encontré, brindé con ellos.
-¡Qué bueno que viniste! -me dijo Francisco mientras me abrazaba-. Estoy en pedo -agregó reposando su cabeza en mi hombro.
-Yo también -le contesté- ¿Vamos a bailar? -le ofrecí sin pensar, y tomados de la mano caminamos hasta la pista.
Aunque a esa altura de la noche, ya no era muy conciente de mis actos, sabía que quería liberar mi cuerpo, bailar, saltar y perderme en el ritmo de la música. Y quería hacerlo con Francisco. Y desinhibida, me dejé llevar por mis deseos.
Creo que cuando uno escucha algo en su interior y lo deja salir, inmediatamente comienzan a escaparse otros deseos, otras necesidades escondidas. Muchas veces uno las reprime y vuelven a ese lugar donde estaban ocultos, pero otras veces, es imposible ponerles trabas y salen, salen con más fuerza y aunque uno no quiera, comienzan a hacerse dueñas de tu voluntad.
Creo que aquella noche eso fue lo que me sucedió. Y aunque los recuerdos están borrosos, debido al alto nivel de alcohol en mi cuerpo, estoy segura de que esa fue la razón de mis acciones.
-Yo no puedo empezar una nueva vida sin despedirme de vos -entendí que me dijo mientras me abrazaba y acariciaba mi espalda.
Aunque no estaba muy lúcida, creí comprender el significado de sus palabras y comprobando que sentir su abrazo me encantaba, totalmente liberada, quise probar el sabor de sus labios y lo besé. Ya había olvidado el placer que sentía estando con un hombre y con ese pequeño beso, comencé a recordarlo. Francisco continuó besándome y acariciándome tanto como yo a él.
Ese fue mi último recuerdo más o menos claro de aquella noche, el resto de los acontecimientos se presentaron totalmente confusos, imposibles de relatar.
Me desperté totalmente mareada y cuando corrí mis sábanas para levantarme, me descubrí desnuda. Revisé mi habitación, pero no había rastros de algún acompañante. Aunque con la mente en blanco, las sensaciones de mi cuerpo, me aseguraban que algo había sucedido en mi cuarto. No podía creer no recordar qué y con quien. Necesitaba quitar esa resaca que me mantenía confusa, por eso salí de mi cuarto para ir al baño a ducharme. Y al llegar al pasillo vi a Lucas saliendo del baño y me horroricé... ¡No! No, con Lucas no me podía haber acostado. Apenas me saludó y se introdujo en el cuarto de Naty, entonces respiré aliviada y me dí una reconfortante ducha.
¿Cómo podía ser que no recordara nada?, pensaba mientras caminaba hacia la cocina a prepararme un café. Pero al entrar y ver el torso de Francisco sobre la mesa, de pronto, recordé.
Recordé que me había acostado con Francisco el día de su despedida de soltero. Y un torrente de imágenes empezaron a aparecer ante mis ojos. Me recordé descontrolada, ávida de besos, de caricias, de sexo. Recordé el éxtasis que había sentido entre su cuerpo, con sus besos, con su deseo por abarcar cada centímetro de mi cuerpo. Y recordé los “te quiero” que habían resonado en mi habitación a lo largo de toda esa noche. Y esos “te quiero” no habían salido sólo de los labios de Francisco.
Entonces enloquecí. Me odié por haberme permitido perder el control. Me odié por haber liberado mis sentimientos, me odié por poder sentir placer con alguien que no fuera Mariano. Y lo odié a Francisco por existir. Debía hacerlo desaparecer de mi vida, antes de que el destino lo hiciera. Debía lograr que Francisco me detestara y así por fin deshacerme de él.
Llena de furia, grité su nombre, y de inmediato despertó. Con lentitud movió su cabeza para mirarme.
-Hola, Flor -dijo con una voz dulzona y me sonrió.
-No entiendo por qué estás tan contento... -le contesté de muy mal modo. Yo seguía parada en la puerta de la cocina, con mis brazos cruzados.
-¿Cómo no voy a estar contento? Me moría de ganas de estar con vos... y ayer vos me demostraste que también querés estar conmigo -estaba sumamente relajado, y no quitaba la sonrisa de su rostro, situación que me irritó aún más.
-Anoche estaba borracha. Eso no significa que quiera estar con vos, como fuiste vos, pudo haber sido cualquiera -intenté demostrarle cuán molesta estaba. Y fue ante aquellas palabras que por fin reaccionó.
-¿Qué me querés decir? ¿Qué lo que pasó anoche no significó nada para vos? -su tono de voz era cada vez más serio.
-Claro que no significó nada...
-¿Tampoco cuando me dijiste que me querías? -su rostro se había transformado.
-Francisco, estaba borracha, ni me acuerdo qué te dije, ni siquiera sabía con quién me había acostado, me di cuenta cuando te vi.
-¡Qué estúpido que soy! -había elevado su voz- Me levanté pensando que mi vida se había arreglado... ¡No puedo ser más estúpido! -apretó las sienes con ambas manos.
-¿Qué querés decir? ¿Vos no te das cuenta de que te casas en 15 días? ¿Qué pretendías? ¿Qué me levantara diciéndote, “mi amor, dejá todo y escapate conmigo”? ¡Por favor, Francisco! ¡Volvé a la realidad! -esperaba que mi agresividad sirviera para ahuyentarlo definitivamente de mi vida.
-No te reconozco, Florencia. Vos no sos así, vos anoche no me mentiste. No entiendo por qué me hacés esto, no entiendo por qué te lo hacés a vos misma. Pero hay algo que está claro, ya no tengo más nada que hacer en este lugar -se incorporó, pero antes de salir de la cocina se detuvo- Vos me dijiste que tendría que haber luchado por vos; pero eso es imposible. Vos no querés ser feliz. Vos sos la que no se puede jugar por nada... No puedo ser tan estúpido -mirándome con desprecio, se retiró.
Francisco no comprendía, yo no me podía jugar por mis sentimientos, mis sentimientos me aterrorizaban. Yo no quería volver a sufrir, no podía, no, no podía. No podía volver a amar, volver a sentir lo que había sentido esa noche por Francisco.

Volví a la cocina con un sabor amargo. Después de tantos meses de sentirme tan presa de mi dolor y de mis miedos, tan presa de mi cuerpo, me había desatado, llegando a un total descontrol. No lograba equilibrarme. Había hecho todo mal, sin pensar, sin ser dueña de mis actos. Había dejado escapar sentimientos y sensaciones que no quería volver a sentir, y a causa de mis errores, había hecho sufrir injustamente a Francisco. Mi vida de pronto se había embarullado aún más.
-¿Todo mal con Frank? -me preguntó Natalia que había bajado a preparar el desayuno.
-Y sí... No sé qué pretendía él... No sé qué pretendían ustedes -la miré con reproche.
-Perdón, pensamos... No sé que pensamos, perdoná -palmeó mi espalda.
-Ya está. -no quería que se sintiera mal, yo sabía que debía estar muy feliz por estar con Lucas- Contame vos, ¿todo bien con Lucas? -le mostré una sonrisa
-¡No lo puedo creer! -me dijo bajito para que Lucas no escuchara-. ¡No puedo creer que después de tanto tiempo se me haya dado! Lucas es un divino -nos abrazamos.
-¡Me alegro, Naty!, disfrutalo.
-Poty, espero que no se arrepienta. A lo mejor estaba muy borracho y ahora lúcido, se arrepiente.
-No, Naty, ya se hubiera ido. Va a estar todo bien. ¡Andá con él! -Natalia me hizo caso y partió rumbo a su cuarto con los desayunos.

CAPÍTULO 28

CAPÍTULO 28

Se acercaba el bautismo de Luz. Lola tenía todas sus energías puestas allí, y no dejaba de involucrarnos en cada una de sus ideas. Como yo era la que disponía de más tiempo, la acompañé en la compra de todo cuanto necesitó para que el bautismo saliera como ella lo soñaba. Y por fin llegó ese día.
La ceremonia fue muy cálida e íntima, en la capilla del que había sido nuestro colegio. No puedo hablar por los demás, pero para mí fue un momento emocionante. Luz era el único ser humano que despertaba en mí un amor y una ternura que no quería reprimir, y verla tan serena, inmaculada y frágil entre mis brazos, hacía ensanchar mi raído corazón.
Luego de la ceremonia nos trasladamos a la casa de Lola y Fede a festejar. Éramos bastantes, sus familiares más cercanos y su grupo de amigos íntimos. Yo aún no me sentía cómoda en grupos numerosos, pero debido a mi rol de madrina, permanecí cuanto pude en la reunión, y aprovechando los deseos de Luz de dormir, me ofrecí a intentar dormirla y me escabullí con ella en su habitación. Y aunque rápidamente el sueño la venció, yo me quedé sentada observándola.
Muy despacio se abrió la puerta y, con cautela, Francisco entró y se acercó a la cuna. Mirando a Luz, me dijo casi en un susurro:
-Es hermosa, ¿no?
-Sí, es perfecta. Podría pasarme horas mirándola.
-Ser sus padrinos fue el mejor regalo que nos pudieron hacer -agregó mientras acariciaba su piernita-. Chau, Luz -le dijo y luego se dirigió a mí-. Me voy... -caminó hacia la puerta, pero en vez de retirarse, giró y me dijo: -Desde el otro día quería hablar con vos, pero fuera del instituto, no como director, sino como amigo.
-Nosotros no somos amigos -lo interrumpí.
-Bueno, entonces como ex novio. Si lo que dijiste el otro día en el grupo es verdad, cosa que creo que sí, creo que necesitás ayuda. No está bueno que te sientas así.
-No, no está bueno. Y tampoco está bueno que vos estés metiéndote en mi vida ¿No te das cuenta que yo no quiero saber nada con vos? -no lograba reprimir la bronca que me hacía sentir. –No me hace bien tenerte cerca, me causa odio, Francisco, y si en reuniones sociales tengo que soportarte lo hago por el resto de mis amigos y por Luz, pero que para colmo ahora tenga que soportarte en el trabajo y dando opiniones de mi vida ya es inconcebible. Entendelo, Francisco, no te quiero cerca. No sé ni me interesa saber qué razón tuviste para llevarme a tu trabajo, pero hacé de cuenta que no me conocés y que no tenés derecho a decirme absolutamente nada.
-Ok, sólo quería ayudar... -nuevamente giró para retirarse, pero se detuvo frente a la puerta y sin mirarme, agregó-. No entiendo por qué me tenés tanto odio. Yo nunca te hice nada malo, nunca... Y lo del trabajo fue para darte una mano, porque me importás. Ojalá no me importaras... Me voy, mi novia me está esperando.

¿Qué pretendía Francisco? ¿Qué pretendía haciéndose el bueno conmigo? Yo no quería saber nada con él, ni con nadie. Y además ese odio que se apoderaba de mí. Ese odio incontrolable que surgía desde mis entrañas cada vez que lo veía. Detestaba aquel sentimiento. Detestaba cualquier sentimiento. Yo no debía volver a sentir, porque sentir me hacía sufrir. Lo único con lo que había aprendido a lidiar era con el dolor. Aún el dolor era el dueño de mis días y sólo pugnaba por desarraigarlo de mi ser. Ése era el único motor que me impulsaba a seguir viviendo, mi diaria lucha contra el dolor. Y estaba convencida de que una vez que lo desterrara, no permitiría atarme a nada ni a nadie. A nada ni nadie que despertara en mí cualquier clase de sentimientos.
Entonces, tomé la firme determinación de poner todo mi tiempo y pensamientos en el trabajo, sin darle lugar a nada más. Y sin darme cuenta, abstraída en mis ocupaciones y en los cientos de informes que escribía, fueron pasando los meses. Y aunque el dolor por momentos cedía, en otros parecía tomar aire para retornar con más fuerza. Tal vez las fechas que antes eran recordadas para festejar, eran ahora que las que más me atormentaban. Pero ya acostumbrada a estos estados de ánimo, seguía adelante enfrascada en cosas que no me importaban demasiado pero que ocupaban mi tiempo.
Llegué temprano al instituto y al atravesar la puerta, me encontré con un gran cartel. La institución cumplía dos años de vida, y había toda clase de festejos organizados para celebrar el acontecimiento. Entré a la sala de profesores y pregunté a mis compañeros cómo se desarrollaban estos festejos.
-El año pasado estuvo muy lindo, se hace una gran feria donde está invitado todo el barrio, los chicos muestran sus producciones, después hay suelta de globos -me contó Lucía.
-Va a ser una semana intensa, Florencia, ¿vos me ayudarías con la decoración del lugar?-agregó Valeria.
-Claro, lo que necesites.
-Pero el mejor festejo es el del viernes a la noche -agregó Juan-. ¿Este año a dónde nos invita la institución?
-A un cantobar de la plaza Serrano, después reparto las invitaciones -le contestó Valeria.
¡Lo único que me falta! ¡Un cantobar!, pensé. Pero al ver la dicha general, me limité a imitar sus sonrisas.
Y ciertamente fue una semana intensa. Los festejos parecían ser algo de suma importancia, y el viernes, cuando la institución abrió las puertas a las familias y al barrio, el centro se lució, los chicos parecían felices y el equipo docente corría de aquí para allá intentando que todo estuviera perfecto. Y lo estuvo, la fiesta fue un éxito.
Aquella noche, por lo menos para mí, no fue tan exitosa, pero ciertamente reveladora. Por supuesto que no quería ir a ese cantobar a cenar, cantar y bailar con mis compañeros, pero debía hacerlo. Y aunque estuve a punto de quedarme en casa, Natalia, casi empujándome hasta la puerta me convenció de que sería bueno que tuviera una noche de distracción.
Cuando llegué, ya casi todos estaban allí. No sabía dónde ubicarme, ya que poco tenía para hablar con todos ellos. Pero al notarme dudosa, Juan con un gesto, me invitó a sentarme a su lado.
-¡Qué bueno que viniste! La mayoría creía que no ibas a aparecer -me dijo sonriente.
-Pero acá estoy... -le conteste algo resignada.
-Bueno, levantá el ánimo... Acá la vas a pasar bien, cantar y bailar un rato le hace bien a cualquiera.
-Vos sabés que socializar no es lo que más me gusta en esta vida... -me sinceré.
-Te voy a dar un consejo, yo no sé qué te habrá pasado en la vida, pero te aseguro que un poco de alcohol te va a venir bien -sin esperar que contestara, llamó al mozo y pidió dos daikiris.
-¡Muy buen consejo! -dije riendo- incitarme a volverme alcohólica.
-¡Tampoco para tanto! pero una noche de descontrol de vez en cuando es divertido.
Y llegó el trago, que estaba delicioso. Tal vez Juan no estaba tan equivocado, tal vez un poco de alcohol le haría bien a mi organismo y entonces al terminarlo, pedí otro, y al terminar aquel, otro más. Y aunque con el primer trago ya estaba mareada, ese estado me encantó, y con el tercero sentía que mi cuerpo se había aflojado, mis facciones se habían ablandado, y una semi sonrisa asomaba en mi cara. Me sentía bien, contenta.
-Dale, nos toca cantar -entendí que Juan me decía mientras me tomaba de la mano para que lo siguiera, pero estaba demasiado mareada, y aunque intenté levantarme, no lo logré. Entonces él y otros de la mesa pasaron al escenario.
-¿Qué estás haciendo? -reconocí su voz de enojado, pero su rostro se presentaba borroso.
-Nada, pasándola bien -largué una carcajada.
-Florencia, estás borracha, estás haciendo un papel lamentable.
-Francisco, no me molestes, la estoy pasando bien, y correte de ahí que estaba sentado Juan... Al final es re divertido. Andate -le dije empujándolo.
-Hacé lo que quieras -me contestó con su voz de enojado y se levantó.
Cuando Juan volvió a la mesa, pidió dos nuevos tragos, y animado por mi buena disposición, comenzó a ponerse cariñoso, abrazándome y jugueteando con mi cuello. Y aunque yo no me encontraba muy conciente, sí pude notar que su actitud me incomodaba; pero a la vez me causaba gracia, de todas maneras, me iba a ser difícil zafar de esa situación.
-Juan, está todo bien, pero no te pases, estoy muy borracha -la sinceridad brotó de mis labios.
-No me voy zarpar, pero por qué ponernos frenos si la estamos pasando bien -contestó, y me besó muy cerca de los labios.
-Tengo ganas de divertirme, nada más -intenté separarme un poco de él, pero no había mucho lugar a dónde escapar.
-Me parece que Florencia no se siente bien, -interrumpió Francisco- la voy a llevar a su casa -agregó mientras me tomaba por los hombros levantándome de la silla. No me dió opción a nada, con firmeza me llevó hasta su auto y sin decir palabra arrancó el motor.
-No se por qué te tenés que meter. Hoy es la primera vez en mucho tiempo que la paso bien, y vos me sacás sin preguntarme.
-Estás borracha, Juan estaba por encararte y me pareció que estabas incómoda, mañana sobria te ibas a arrepentir.
-¡Ah!, es eso, te molestó que un tipo quiera tranzarme, ¿y si eso es lo que necesito? ¡Nadie te pidió ayuda! ¡¿Por qué te seguís metiendo en mi vida?! -le grité con furia.
Francisco detuvo el auto en cuanto pudo y sin soltar las manos del volante, preguntó con angustia.
-¿Por qué me tratás así? Te pido por favor que me expliques, te pido que me digas por qué me odias, ¿qué te hice para que me trates de esta manera? -terminó de hablar y bajó su cabeza.
Mis pensamientos eran confusos por el alcohol, mi razón estaba llena de furia, pero tal vez esa confusión, esa furia, hicieron que esa razón tan desconocida para mí como para Francisco, sin filtro, saliera a la luz. Y a pesar de mi borrachera, de una manera totalmente coherente.
-¿Sabés por qué te odio? -me escuché diciendo- Porque yo estoy así por culpa tuya, porque si vos te hubieras jugado por mí, hubieras luchado, yo estaría hoy con vos, y no sufriendo porque mi novio se murió y me dejó sola. Por eso te odio, porque te hiciste el que me amabas, pero cuando tuviste que luchar, desapareciste, y ahora reapareces haciéndote el bueno, consiguiéndome trabajo, pero sin otras intenciones, con novia. ¿Qué querés? Demostrarme que vos estás re bien, mientras yo estoy hecha una mierda... ¿Lo disfrutás? ¿Lo disfrutás? - clavé mi mirada en su rostro.
Francisco tardó varios segundos en contestar, y cuando lo hizo, levantó su cabeza y enfrentó mi mirada.
-Yo no disfruto que vos estés mal, yo me preocupo. Pero yo no tengo la culpa de la muerte de Mariano, ni de que vos sufras por él. Vos sabés muy bien, Flor, que yo intenté por todos los medios arrancarlo de tu corazón, pero fue imposible. Vos lo amabas a Mariano, y es verdad, yo no luché. No luché porque no tenía sentido luchar, si iba a perder. No me podés echar la culpa de tu sufrimiento, porque no la tengo. Y quiero aclararte que mi vida no está tan bien, sino, yo no estaría acá. Yo soy un reverendo boludo; pero eso no es culpa tuya.
-Yo también te amaba a vos, Francisco, yo te amaba y éramos felices juntos y vos te fuiste, no luchaste, me dejaste servida en bandeja -mis pensamientos brotaban con total naturalidad, como si mucho tiempo hubiera estado pensando en ello, sin embargo eran totalmente nuevos para mí. Mis palabras me sorprendían.
-Flor, vos lo amabas a Mariano, y aunque no hubiera sido tu novio, igual estarías sufriendo su muerte. Él era muy importante para vos.
-La estaría sufriendo junto a vos, vos me estarías abrazando, conteniendo... ¡Yo necesito que me abracen! ¡Yo estoy sola! ¡Sin nadie que me quiera! ¡Sin la capacidad de volver a querer! -grité con furia- ¡Y es culpa tuya! -me abalancé contra él, para golpear su pecho con mi puño; pero Francisco me detuvo y con mucha fuerza me abrazó. Pero yo quería lastimarlo, descargar toda esa bronca, esa impotencia que tenía adentro y que luchaba por salir, pero mi esfuerzo por zafarme de sus brazos era contrarrestado por la fuerza que él ponía en ese abrazo, que terminó venciendo mi voluntad, y al cabo de unos segundos me desplomé. Me desplomé allí, entre sus brazos y un llanto incontrolable me dominó. Lloré, mucho tiempo lloré y Francisco respetó mi necesidad. Se limitó a acariciar mi cabello en silencio.
-¿Me llevás a casa? -le pedí, entre sollozos, cuando logré tranquilizarme. Y así lo hizo.
Al estacionar frente a la puerta de mi hogar, Francisco, me miró con seriedad.
-Florencia, yo... -no lo dejé terminar.
-Ya está, no quiero hablar más... Necesito entender lo que siento... Y aunque sé lo que dije, yo sé que nada es culpa tuya. Gracias por traerme -no lo podía mirar, y sin saludarlo, ingresé a mi casa.
No, no quería hablar más, y en realidad tampoco quería entender mis sentimientos. No quería nada, sólo quería dormir. Desconectarme de todo. Y así lo hice, me acosté y no logré levantarme hasta el lunes. Y aunque en aquellos dos días que permanecí en cama intenté no pensar, no lo logré. Mucho no saqué en limpio, pero sí tomé una decisión, una importante decisión, que fue el motor que permitió que me levantara, me bañara y vistiera ese lunes por la mañana.
Llegué tarde al trabajo, pero no me importó, en ese lugar ya nada me importaba. Pero al pasar por la recepción quedé petrificada ante una participación que colgaba de la cartelera.
Aunque sabía que estaba de novio, ver por escrito que Francisco se casaba en apenas un mes, me sorprendió. Me sorprendió, me molestó. ¿Qué más daba? En realidad su casamiento era algo bueno, así Francisco no podría intervenir más en mi vida. Caminé decidida hasta la dirección. Era con él con quien quería hablar, solamente para eso estaba allí.
Sin golpear, abrí la puerta y lo sorprendí hablando con Valeria.
-¡Florencia! Pensé que te había pasado algo, me extrañó mucho que no vinieras y no avisaras -dijo Valeria.
-Sí, bueno, ya llegué, pero necesito hablar unas palabras con Francisco.
-Pero ahora estamos hablando de algo, ¿por qué no vas al gabinete y después te llamamos? -me contestó sorprendida por mi actitud, pero yo no me moví. Simplemente clavé mi mirada en Francisco.
-Valeria, me parece que Florencia necesita hablar ahora mismo... Danos 15 minutos y después seguimos con esto -Valeria con gesto de confusión en su rostro, se levantó y abandonó la dirección.
Entonces pasé y me senté frente a él. Francisco estaba nervioso, sus facciones estaban tensas.
-Quería hablar con vos antes de poner la participación, te pido disculpas. Te llamé el fin de semana, pero Naty me dijo que no querías hablar con nadie -se apresuró a decir con un tono poco habitual en él.
-No vine por eso, te felicito y espero que seas muy feliz. Por lo menos uno de los dos tiene la posibilidad de serlo, no la desaproveches. Vine para decirte que renuncio, yo no puedo estar más acá. Este lugar ya no me sirve, y a mí no me hace bien estar cerca tuyo. De todas maneras, gracias por la oportunidad -me levanté; pero él tomando mi mano, me detuvo.
-Florencia. Ojalá los dos podamos ser felices. Ojalá yo hubiera luchado más por vos... Y perdoname si ahora intento seguir con mi vida.
-No tengo nada que perdonarte. Me parece bien. Y en serio espero que seas feliz -zafé mi mano y me retiré de allí.

CAPÍTULO 27

CAPÍTULO 27

Luego del gran alboroto, volvió la calma. Una vez que la casa quedó remodelada y que Naty terminó con su mudanza, la casa quedó vacía y silenciosa.
Cuando Natalia se despidió para irse a trabajar, me encontré sola y perdida. Recorrí cada rincón de mi casa intentando encontrar algo en qué pasar mi tiempo, pero no hallé nada. Subí al playroom y me encontré con el caballete y ese cuadro que estaba allí desde aquel día y me invadieron los recuerdos. Recuerdos tortuosos a los que no quería enfrentarme. Entonces apagué la luz y cerré aquella puerta, que por mucho tiempo no volvió a ser abierta.
Recorrí todos los canales de la televisión sin encontrar nada interesante, y aburrida fui a la cocina a prepararme algo para comer.
Mientras jugueteaba con los fideos, observé el papelito que desentonaba en el centro de mesa. Lo tomé y me abstraje mirando esos números. ¿Qué tenía que perder?, pensé, si en realidad nada quería ganar.
Llamé por teléfono y concerté una cita con la directora para el día siguiente. Cuando llegó Natalia le conté de la entrevista y ella pareció entusiasmarse mucho más que yo.
Me obligó a armar un currículum, que por cierto era bastante magro, y a elegir la ropa adecuada.
Su entusiasmo me hizo dar cuenta de mi falta de interés. En realidad esa entrevista de trabajo no me causaba ni miedo, ni nervios, ni expectativas. Mi única intención era salir de esas paredes que me llenaban de recuerdos y poder despejar mi mente de tanto dolor.
Por lo visto, la falta de entusiasmo depositado en la reunión con la directora del instituto fue favorable. Ya que me mostré suelta y tranquila y pude conversar con total naturalidad. Y esto debió agradarle a mi futura jefa, ya que esa misma tarde me confirmaron que el puesto era mío y que debía presentarme a trabajar al día siguiente.
La estructura de la institución me pareció interesante. Era un centro recreativo formado para chicos de bajos recursos, donde se dictaban distintos talleres lúdicos, artísticos y de actividades manuales. Mi función era tener espacios individuales con los chicos y servir de enlace entre los distintos profesionales que allí se desempeñaban. Y aunque no me sentía para nada calificada para el puesto, me pareció un desafío atrayente y pronto tomé real interés por el trabajo.
A medida que transcurrían los días, esa actividad iba ganando espacio en mi vida. La obsesión con el trabajo no me daba tiempo para pensar en mis sentimientos, en mis deseos y en lo vacía y sola que me sentía.
Repasando aquel tiempo, comprendo que estaba escapando de mi vida, para intentar crear otra, donde no había lugar para los sentimientos y por lo tanto, para las decepciones.
Y calculo que mi hermetismo y mi falta de interés por relacionarme me convertía en una persona atrayente, ya que la mayoría de mis compañeros de trabajo parecían interesados en mi vida. Seguramente les resultaba misteriosa. Eran pocos los momentos que compartía con ellos, y siempre trataba de mantenerme al margen de sus conversaciones, pero por lo general todo tema terminaba derivando en alguna pregunta sobre mi vida. Una pregunta que solía quedar sin respuesta. A mí no me interesaba hacer nuevos amigos, me bastaba con los que tenía. Me había hecho el firme propósito de no involucrarme afectivamente con nadie y ya bastante sufría por tener sentimientos hacia mis conocidos. Cuanta más gente quisiera más posibilidades de sufrir tendría. No, entablar nuevas relaciones no estaba en mis planes. Pero eso no se los podía explicar.
Por eso odiaba esa media hora que todas las mañanas debíamos compartir en la sala de profesores. Una media hora estipulada por la institución para fomentar el espíritu de trabajo en equipo y las buenas relaciones entre los docentes. El concepto era bueno, una media hora para tomar café y pasarla bien, para que todos luego comenzaran a trabajar con buen ánimo, pero para mí, era media hora de tortura.
-Ayer fui a bailar -comentó la profesora de telar. Una chica que debería tener mi edad-Está tan difícil a esta edad lidiar con esto de ser soltera... Los hombres solos de 30 son unos trastornados.
La mayoría de las mujeres que se encontraban es esa mesa apoyaron ese comentario. Yo me limité a beber un poco de mi café.
-No todos Lucía, mirame a mí, soy un candidato perfecto -le contestó el profesor de carpintería.
-¡Ni lo sueñes! -contestó riendo Lucía-. Vos Florencia, ¿tenés novio?
¿¡Por qué no se daban cuenta que no me interesaba participar!?
-No -apenas contesté y fijé mi vista en el café.
-Entonces decime si no tengo razón, ¿no es cierto que está muy difícil conseguir un hombre coherente?
-La verdad es que no sé, no estoy buscando a nadie; pero por experiencia te digo que no vale la pena enamorarse, siempre terminás sufriendo -al finalizar la frase, supe que debí haberme quedado callada.
-¡No estoy de acuerdo! No habrás encontrado a la persona ideal, pero estar enamorada de alguien que te quiere es lo mejor que te puede pasar -opinó indignada la maestra de pintura. Preferí no seguir opinando.
-Bueno, entendela, es difícil superar un engaño amoroso -dijo de modo chistoso el profesor de carpintería-. Florencia, no todos los hombres son iguales, cuando quieras hacer la prueba yo estoy disponible. -Me clavó la mirada. Algo debía contestar, pero no tenía ganas de hacerme la graciosa.
-Gracias, Juan, pero no estoy interesada.
-Mirá que se te va a pasar el cuarto de hora -sus chistes ya me estaban empezando a molestar.
-Yo ya conocí lo que es un hombre en serio, y no me pienso molestar en buscar a otro porque no lo hay -nuevamente debí quedarme callada.
-¡Uy! Ahora lo convertiste en algo personal...
-Bueno, chicos, basta, cambiemos de tema... -agradecí lo oportuno de la intervención de Lucía, y por suerte, unos minutos más tarde, cada cual partió a cumplir con sus obligaciones.

Trabajar me hacía bien, pero día a día, me era más difícil evitar a mis compañeros. Claro, ya llevaba más de un mes allí, y aún sin quererlo se había instalado ese nivel de confianza que da el verse diariamente. Y no crear amistades allí, más que una defensa se había convertido en una fijación. Entonces me fui dando cuenta de que la mayoría me había catalogado como una persona pedante. Y aunque esto no perjudicaba mi desempeño laboral, me había costado alguna que otra reunión con la directora de la institución.

Estaba repasando unos informes cuando se hizo presente en mi gabinete la directora. Rogué que no fuera otra de esas charlas en pos de la integración.
-¿Qué necesitás, Valeria? -le pregunté al notarla algo nerviosa.
-Quería saber si tenés los informes de las últimas reuniones con los chicos del taller de carpintería -sabía que los tenía, por eso me pareció rara su preocupación.
-Sí, tengo todo al día... ¿Pasa algo?
-No, no. Hoy viene a ver como anda todo el coordinador general. Quiero que esté todo impecable -solían hablarme del coordinador general, pero desde que había comenzado a trabajar nunca había aparecido por la institución.
-No te preocupes, en lo que a mí respecta está todo en orden. ¿Es muy severo? -por su comentario me lo imaginaba como un viejo director de escuela, mayor, gordo y autoritario.
-Es exigente, pero muy agradable. Lo que sucede es que estuvo en la sede de La Boca y encontró tantos problemas que estuvo como dos meses intentando arreglar el caos. Quiero que de acá se vaya rápidamente satisfecho.
Valeria dirigía la institución desde que se había abierto, aproximadamente año y medio atrás, y a pesar de tener 30 años, era una mujer de experiencia en el tema y de muy buen manejo, tanto con los chicos como con los profesionales, y el centro funcionaba muy bien. Le di mi opinión para tranquilizarla.
-Gracias, Florencia. Bueno, después pasaré a presentártelo. Como sos nuestra nueva adquisición seguro que querrá conocerte -sin decir más, salió apurada, seguramente a avisar al resto del personal de la visita de este “super coordinador”.
Resté importancia a la llegada de este personaje, yo estaba muy tranquila y conforme con mi desempeño, por eso no tenía nada que temer. Es más, me divertí pensando en el señor viejo y gordo que vendría a cuestionar mi trabajo.
Casi una hora más tarde, nuevamente golpearon a mi puerta, pero la imagen que había formado en mi imaginación, distaba mucho de la que se acababa de presentar ante mis ojos.
-Y ella es Florencia La Fuente, la nueva psicopedagoga -le dijo mientras se acercaban.
-Florencia él es... -la interrumpió.
-Sí, ya nos conocemos, gracias Valeria -Valeria nos miraba sorprendida-. ¿Te parece si le pido que me cuente un poco de los chicos? -se sentó frente a mí y Valeria aún algo confundida, nos dejó. Reconozco que yo también estaba sorprendida. Pero no de una grata manera. Y él supo leer perfectamente en mi rostro.
-Hola... Esta es una situación un tanto extraña –dijo.
-Es cierto... Esta situación me confunde... ¿Vos le diste los datos a Lucas? -no hacia falta que me contestara, claro que él se los había dado-. Entonces, ¿vos hiciste que consiguiera este trabajo?
- Y, sí... A Valeria le encantaste, pero te faltaba currículum... No me animé a ofrecértelo yo mismo, no sabía si te seguía pareciendo una persona no grata, pero me pareció que trabajar te iba a hacer bien.
-Trabajar me hace bien; pero si hubiera sabido que vos eras el coordinador yo no estaría trabajando acá... Francisco, siento que... -acallé mis pensamientos. Él era mi jefe-. Bueno, ya está, esto es así. Vayamos a lo que te trajo acá, ¿te cuento sobre los grupos?
-Sí, por favor, te escucho.
Intenté mostrarme lo más serena que pude, le conté sobre mi trabajo en la institución. Ni bien cerró la puerta de mi gabinete, dejé caer mi cabeza sobre el escritorio. Me sentía agotada, agotada de mis confusos sentimientos.
Traté de definir esa confusión y llegué a la conclusión que me sentía indignada. Francisco me había manipulado, no sé con qué intención había querido reaparecer en mi vida. Había logrado que ese trabajo fuera indispensable para mí y recién entonces había hecho su entrada triunfal, nada menos que como mi superior.
Pero yo no quería que él regresara a mi vida, aquella rabia inexplicable que había surgido cuando lo ví en el velorio de Mariano seguía allí, y se había instalado con más fuerza. Con Francisco cerca nada bueno podría pasar, no sabía cuáles eran sus intenciones, pero estaba segura de que no sería nada bueno.
Lo maravilloso de aquel trabajo era poder destinar todos mis pensamientos al mismo, sin tener que involucrarme afectivamente, y a la vez sin depositar demasiado de mi misma, ya que con el tiempo comprobé que ser psicopedagoga me importaba muy poco, solo me servía como una herramienta de distracción y como un lugar en donde gastar mis energías; pero con Francisco allí, ya nada sería lo mismo.
Ese día volví a casa preocupada con mis deliberaciones y al encontrarme con Natalia, le comenté mis conclusiones.
-¿No pensás que te estás adelantando? -dijo luego de masticar mis ideas- A lo mejor Francisco no tuvo dobles intenciones, tal vez te quiso dar una mano y por eso te consiguió ese trabajo. Francisco está de novio hace tiempo. No te persigas.
Tal vez Naty tenía razón. Y aunque no la tuviera, esa opción era tranquilizadora, y mi rabia hacia Francisco sería uno de los tantos sentimientos negativos con los que tendría que seguir lidiando. En aquel momento, concluí que tal vez aquella situación sería mejor que volver a estar sola en casa con mis pensamientos.
Entonces decidí que debía salir a lidiar con esta nueva realidad.
Ya al día siguiente comprobé que no sería nada sencillo. Al llegar a la sala de profesores para compartir el famoso café socializador, me encontré con Francisco. Estaba sentado en la cabecera de la mesa esperando que todos nos acomodáramos. Y una vez que ya todos estábamos allí, comenzó con su discurso.
-Bueno, ayer hablé individualmente con cada uno de ustedes, pero hoy quería hacer algunos comentarios generales. Ya saben que no pude aparecer por un par de meses. Lo que pasó en la sede Boca no quiero que ocurra nunca más. Esta sede funciona muy bien, y quiero que siga de esa manera. Y el éxito de este lugar se basa en varios aspectos. Primero en la comunicación del equipo. Para que cada taller funcione bien, todos debemos actuar con coherencia y ser solidarios con los demás. Segundo, tomarse en serio el trabajo. Les estamos dando la posibilidad a estos chicos de tener un lugar donde expresarse y a la vez darles las armas para poder el día de mañana tener una salida laboral. No venimos a zafar. Entonces cuando estamos en los talleres, estamos al cien por ciento, por eso tienen la posibilidad todas las mañanas de estar un rato charlando, pasándola bien. Y después dedicarse enteramente al trabajo. Y cuando surja algún problema no duden en hablar con Valeria o con Florencia, úsenlas a ellas como enlace, y por supuesto que pueden contar conmigo. Yo voy a venir todos los lunes, miércoles y viernes por la mañana. Salvo Florencia, todos ya han trabajado conmigo, saben que soy algo exigente con el trabajo, pero que me encanta trabajar con buena onda, en un clima amistoso, y que fundamentalmente no muerdo. Para finalizar, quiero felicitarlos porque sé que están trabajando muy bien, y vi a los chicos muy contentos. Así que ya saben que pueden contar conmigo para lo que sea. Ahora, escucho dudas y sugerencias.
No hubo muchas dudas ni sugerencias. Todos parecían encantados con Francisco y rápidamente entraron en una amistosa charla con él. Yo, como siempre, me mantuve al margen, con el café entre mis manos.
Luego de tener un par de charlas con alumnos, me encerré en mi gabinete a realizar algunos informes. Y de pronto mis pensamientos se vieron interrumpidos con el crujido de la puerta.
-Permiso, necesito hablar unos minutos con vos.-dijo Francisco investido de autoridad.
-Claro, sentate -dije resignada.
-¿Escuchaste lo que dije sobre la comunicación?
-Si, muy buen discurso -ya sabía a dónde quería llegar.
-No quiero que te ofendas, primero que nada quiero que sepas que Valeria me dijo que trabajás muy bien, que sos muy eficiente, pero algo antisocial. Muy cortante con tus compañeros y eso no está bueno... Vos sos el enlace entre los chicos y los profesores ¿Podrás hacer algo al respecto?
-No vengo a hacerme amigos. Vengo a trabajar, y lo hago bien.
-No te estoy pidiendo que te hagas amigos, simplemente que no te aisles en un rincón, estaría bueno que los profesores puedan confiar en vos... Te recuerdo amigable.
-Ya no soy la misma persona. Pero haré lo posible. Si no tenés nada más que decirme, me gustaría poder terminar estos informes.
-Te dejo.
¡Ay, por Dios, qué tipo!, pensé. Sabía que le encantaba tenerme allí, en ese estado de sumisión, dónde debía aceptar sus críticas, sin tener demasiado derecho a réplica. Pero yo ya estaba harta de ese cuentito de la amistad laboral. Me molestaba, perturbaba mi escape. Ya sabía, debía ponerle fin a ese tema, o debería abandonar ese trabajo.
Por eso, con toda intención, esperé hasta el viernes, y cuando todos estaban reunidos, con Francisco al frente, tomé la palabra.
-Hola, si no les molesta, me gustaría decirles algo -todos parecieron sorprenderse, y logré captar su atención casi de inmediato. –Quería decirles que se que ustedes piensan que soy distante, poco amistosa. Yo no quiero que eso interfiera en mi trabajo ni en el suyo. Yo no estoy pasando por un buen momento de mi vida. Acabo de tener una perdida irreparable, irremplazable y el trabajo me ayuda a seguir viviendo. Y es verdad, no me interesa hacer amigos, no quiero hacer amigos, no tengo más lugar para los afectos. Pero quiero que sepan que pueden contar conmigo para lo que sea en el trabajo. Estoy cien por ciento para ayudarlos y para tratar de resolver sus problemas. Espero que eso les alcance... -cerré mi boca y los miré expectante. Todos asintieron. Entonces, caminé hasta la cafetera a servirme un café.

CAPÍTULO 26

CAPÍTULO 26

Los días pasaban y la tristeza se iba arraigando en mi ser. Llegué a pensar que debería acostumbrarme a vivir con esa opresión, con ese dolor, que aunque trataba de ignorar afloraba por todos mis poros.
Me costaba estar en sociedad, interactuar con la gente me era doloroso. Me sentía agredida, hasta el roce involuntario con un peatón lo sentía como un fuerte golpe que hacía que se me escaparan algunas lágrimas.
Oscilaba entre ataques de ira y de odio, culpando a Dios por su injusticia o negando su existencia. Y por lo general terminaba descargando estos sentimientos en mis amigos. Es que estaba enfurecida, y no solo con Dios, sino con todos. Nunca había sido una persona rencorosa, pero entonces era rencor lo que sentía. Todos seguían con su vida, todos eran felices, todos menos yo. Mi vida era una gran mancha negra, sin siquiera un centímetro de luz. Y entonces comprendí que necesitaba alejarme, escaparme de este mundo tan hostil, y acepté la propuesta de mi padre.
En Mar del Plata nada me recordaba a Mariano, la gente no me conocía y me sentía más liberada. Pasaba la mayor parte del día en la playa, recostada en una reposera, leyendo libros. Esas historias llenaban todos mis pensamientos y lograban confundirse con mi realidad. Así pasé varios meses, en los que me sentí envuelta en un estado de ensoñación.
Pero aunque para mí el tiempo se había detenido el día de la muerte de Mariano, para el resto del mundo las agujas del reloj seguían girando.
Mediaba julio y aquel invierno se había instalado implacable, por ello había trasladado mis horas de lectura a la soledad de mi cuarto. Pero una llamada, rápidamente me devolvió a la realidad.
Al contestar el teléfono me encontré con la voz de Federico.
-¡Poty!... ¡Nació Luz! -su alegría me contagió.
-¡¡Te felicito!!! ¿Lola cómo está? ¿Y la bebé? -recuerdo que en aquella conversación, fue la primera vez luego de tantos meses que volví a sentir algo parecido a la alegría.
-Están las dos re bien. Pero Lola no puede hablar por doce horas porque le hicieron una cesárea. Luz es hermosa, Poty, es inexplicable lo que siento -su voz se había quebrado de la emoción.
-Mandales un beso más que grande. Yo espero poder verlos pronto -Federico me interrumpió.
-Sí, Poty, queremos que vengas. Lola está desesperada por verte y queremos que conozcas a tu ahijada.
-Gracias, Fede. Te prometo que voy a hacer lo posible por ir cuanto antes -dije para tranquilizarlo, pero no estaba muy convencida de poder cumplir con esa promesa.
Luego de escuchar varios minutos su descripción sobre el parto y la belleza de su hija, por fin cortó.
Quería verlos, quería abrazar a mi amiga y compartir este momento tan importante de su vida; pero a la vez me moría de miedo por volver a Buenos Aires, a mi casa, a mis antiguos afectos, a los que había maltratado. Mucho tiempo me había parapetado en un mundo de fantasía, en un mundo que no requería que me involucrara afectivamente con nadie, en un mundo despojado de recuerdos, de abandonos. Y aunque en este mundo irreal me encontraba sola, suspendida en el tiempo y vacía de proyectos, lo sentía mucho más cómodo y placentero que el mundo real, al que conocía hostil y voraz.
Quedé varias horas junto al teléfono, debatiendo con mis pensamientos y finalmente ganó el cariño que me unía con mi amiga, quien jamás había faltado de mi lado cuando lo había necesitado. Tomé todo el valor que pude, armé una valija y partí rumbo a Buenos Aires.
No quise pasar por casa, por eso, antes de ir la clínica dejé mis cosas en casa de Natalia y juntas fuimos a visitar a la nueva familia.
Lola estaba sentada en un sillón, amamantando a esa pequeña personita, tan rozagante, tan indefensa y a la vez tan llena de vida. Aquella imagen me emocionó. Crucé una mirada con mi amiga y no pude contener el llanto. No quería irrumpir en esa escena, pero tampoco podía reprimir mis deseos de abrazar a Lola y conocer a Luz. Por eso, con sumo respeto me acerqué, abracé a mi amiga y deposité un suave beso en la cabecita de su hija.
Es tan paradójica la vida. Esa imagen tan vital, tan esperanzadora, tan llena de energía contrastaba tanto con mi realidad, con mi espíritu reseco, temeroso y resentido. Miré a Luz y en silencio le rogué que me iluminara.

Pasé largas horas con mis amigos. Lola y Fede no podían contener su emoción, su entusiasmo. Todo era tan nuevo y maravilloso para ellos... Me encantó escucharlos y poder compartir ese momento tan espectacular que es tener un hijo, tan espectacular y desconocido para mí. No podían explicarme con palabras el amor que sentían por esa criaturita y todo lo que en esa personita de apenas unas horas de vida ya tenían proyectado. Y por suerte comprobé que no me causaba rabia ni rencor verlos felices, por el contrario, esa felicidad, me causó alegría.

No quería retirarme de aquella habitación donde se respiraba tanto amor, tanta dicha, pero tuve que hacerlo. No podía parar en mi casa, no estaba preparada, por eso pedí asilo en lo de Natalia y allí me instalé.
-Antes que nada, Naty, quiero pedirte perdón. Yo sé que te traté mal después que se murió Mariano, a vos y a todos. Entonces no lo podía dominar. Quiero que sepas que te quiero y que te agradezco todo lo que hiciste por acompañarme.
Natalia me sonrió.
-¡Por favor! Estabas mal, todos sabíamos que estabas mal y que no lo hacías a propósito. ¿Y ahora cómo estás?
-No hablo mucho de eso, no sé. Para mí es difícil entender cómo estoy... Es una sensación tan rara, tan fea. Y yo no quiero estar así, pero realmente no lo puedo manejar... Vivo entre grises... Y no sé cómo salir... Y aunque intento buscar alguna imagen que me alegre, tengo grabada en mi retina la imagen de Mariano en el cajón... y me persigue... me persigue...- confesarme fue liberador.
-¡Qué feo! Yo quiero que sepas que te quiero mucho... Y estoy bastante preocupada por vos, pero me parece que tenés que hacer algo para empezar a sentirte mejor. ¿Por qué no volvés?
-No sé. En Mar del Plata me siento protegida. No sé.
Natalia dudo unos segundos antes de hablar, pero decidida declaró:
-Poty, yo sé que estás mal, y debe ser horrible sentir lo que sentís, pero no podés pasarte la vida encerrada leyendo libros. Disculpame que sea tan dura, pero vos no te moriste, el que se murió fue Mariano, y aunque te duela en el alma, vos vas a tener que seguir viviendo -como vio que nada contestaba, continuó-. Vos tenías una vida aparte de Mariano, Poty, tenés que rearmarte. Tenés que seguir adelante.
Yo sabía que Natalia tenía razón, pero vivir me era muy difícil, muy difícil...
-No sé cómo rearmarme, Naty, no sé cómo vivir sin él. No sé cómo lidiar con el dolor. ¿Qué voy a hacer acá? ¿Enfrentarme con todos los lugares en donde compartí momentos con él? ¿Cómo voy a hacer para manejar todos los recuerdos? Acá todo me hace acordar a él, todo me hace darme cuenta de que no está, que me falta -necesitaba sincerarme. Hablando con ella me di cuenta de que desde su muerte no había compartido con nadie los sentimientos que me agobiaban.
-Yo tampoco sé cómo vas a hacer para luchar con tu dolor, pero estoy segura de que escapándote no vas a lograr nada, porque así no va a desaparecer ¿O en estos meses desapareció? Vas a tener que enfrentarte con esta realidad que te toca vivir.
Enfrentarme... Enfrentarme a la vida, como me había enfrentado a su muerte...
-¿Y mi casa? No me atrevo a entrar ahí. No creo que pueda vivir sola en ese caserón.
-Si querés yo me puedo ir a vivir con vos. En realidad estaba pensando en alquilarme algo, así que puede ser algo bueno para las dos. Dale Poty, aunque sea difícil, vas a ver que volver es lo mejor que podés hacer. Pensalo.
Por supuesto que lo pensé. Las palabras de mi amiga habían sido muy sabias. Y muy a mi pesar debí reconocer que era el momento de volver a afrontar el reto de vivir. Que mis libros no podrían protegerme eternamente y que, aunque varias veces había deseado que no lo hiciera, mi corazón seguía latiendo.
Volví a Mar del Plata a contarle a mi padre sobre mi determinación. Se mostró muy contento y me alentó para que regresara, asegurándome que estaría a mi entera disposición siempre que lo necesitase. Tomé las pocas pertenencias que allí me quedaban y subí a aquel ómnibus que me llevaría de regreso a la dura realidad de vivir.

Recuerdo que llegué a la puerta de mi casa un viernes por la noche. Tardé varios minutos en animarme a abrir esa reja. Es que estaba segura de que al abrir esa puerta dejaría entrar un montón de recuerdos y sensaciones que no estaba preparada para afrontar. Y así fue, al encontrarme parada en el medio del living imágenes de Mariano comenzaron a aparecerse por todas partes. Lo veía de 8 años corriendo por toda la casa, intentando esconderse de mí. Lo veía en la pileta, flotando plácidamente, bañado por los rayos del sol, y lo veía en el medio del jardín, dándome nuestro primer beso. ¡Qué difícil sería seguir viviendo sin él! ¡Qué dolorosa sería mi vida sabiendo que no estaría más a mi lado!
Llena de desgano, subí las escaleras. Dudé unos segundos frente a las puertas que aparecían en el pasillo. No, no podría volver a mi habitación, no podría dormir donde tantas noches había dormido con él. Entonces, elegí la habitación preparada para huéspedes.
El sábado, bien temprano, me despertó el timbre. Supuse que sería Natalia, que comenzaría con su mudanza, pero al abrir la puerta, ella no estaba sola.
En primera fila, me sonreían Natalia y Lucrecia y detrás suyo estaban Martín, Lucas y Matías con varias latas de pintura y un par de bolsos.
-Vinimos a darle una nueva cara a la casa -dijo contenta Natalia.
-Sí, vida nueva, casa nueva -agregó Lucrecia e ingresó. Tras ellas entró el resto del grupo.
Su propuesta me pareció una gran idea.
Entre todos cambiamos los muebles de lugar y luego nos dedicamos a darle nuevo color a los que serían nuestros cuartos. De noche, ya cansados, nos sentamos alrededor de la mesa a comer unas pizzas.
Me sentía muy agradecida y aunque en esos tiempos estaba acostumbrada a lidiar con la desazón, aquella noche recordé un poquito la sensación de la alegría.
Ninguno abandonó la casa, armaron un pequeño campamento en el living y allí, poco a poco se fueron acomodando para descansar.
Yo me quedé en la cocina con un café, intentando disfrutar de este esbozo de sentimientos positivos que estaba experimentando y al verme allí sola, Lucas decidió acompañarme.
-¿No querés ir a dormir? -me preguntó antes de sentarse a mi lado.
-En un rato... ¿tomás un café? -sin esperar que me contestara me acerqué a la cafetera y le serví uno.
-Gracias... ¡Ah! Te traje unos datos para un trabajo -sacó un papelito del bolsillo y me lo entregó. Tenía el nombre de una licenciada y un teléfono-. Ahí necesitan psicopedagoga. Yo creo que trabajar te va a venir bien.
Agradecí su intención y deposité el papel en el centro de mesa.
-Gracias Lucas por todo lo que están haciendo. Me doy cuenta de que estuve mucho tiempo alejada de ustedes, y no supe nada de sus vidas en este tiempo, pero igual ustedes vinieron, se preocupan por mí. La verdad es que estoy muy agradecida por tener unos amigos tan geniales.
-Fue idea de Naty, a ella le tenés que agradecer -quedó pensativo.
-¿En qué pensás? -no me quiso contestar y su silencio me llenó de intriga-. ¿Pasó algo en este tiempo que yo no me haya enterado?
En mis meses en Mar del Plata, había sido casi nula la comunicación con mis amigas y realmente no estaba al tanto de nada de lo que había sucedido con sus vidas, y de pronto recordé el amor frustrado que mi amiga sentía por Lucas.
-Pasaron un montón de cosas desde que te fuiste. La muerte de Mariano nos afectó a todos. ¿Te hace mal que te hable de esto? -en realidad nunca me había puesto a pensar lo que su muerte podría haber causado en el resto del universo, entonces negué con mi cabeza y continuó-. Todos quedamos muy movilizados y por lo menos a mí me hizo replantearme un montón de cosas. A los 22 años pensás que te queda toda la vida por delante y a veces vas posponiendo cosas, total sabés que tenés todo el tiempo del mundo. Pero desde aquel día, me di cuenta que no te podés pasar la vida posponiendo, dejando todo para más adelante, porque no sabés lo que te tiene preparado el destino -pensé en el efecto absolutamente contrario que había causado la muerte de Mariano. A mí me había paralizado, en cambio a Lucas lo había incitado a actuar.
-¿Y eso que tiene que ver con Natalia?
-Se ve que ella sintió algo parecido a mí. Y me encaró. Me confesó que está enamorada de mí... supongo que vos ya lo sabías.
-Sí... pero no sabía que te lo había dicho... ¿Y a vos qué te pasa?
-No sé. Hasta que me lo dijo no me pasaba nada. Pero ahora estoy medio confundido. Por suerte sé que Matías hace rato perdió interés en ella. Pero es difícil, es una amiga.
Sus dudas me hicieron acordar a las dudas que sentíamos con Mariano hace ya muchos años. Entendía perfectamente su situación y me dieron ganas de contarle mi historia. Le relaté aquellos momentos tormentosos, cuando la pasión nos invadía, pero el miedo nos dominaba y así pasamos largo rato recordando anécdotas. Recordar aquellos momentos tan lindos, tan inocentes, iluminaron por un ratito mi interior. Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que mi cuerpo perdía ese estado de rigidez y pesadez que se había instalado para torturarme.