CAPÍTULO 30

CAPÍTULO 30

No sé bien cuando fue, qué día y bajo qué circunstancia, pero recuerdo que me sorprendí. Hasta entonces, comenzar mis días era difícil y doloroso. Siempre igual, llena de desazón, pesada, lidiando con esa opresión que me venía acompañando por más de un año. Pero aquella mañana me sentí ligera, con ganas, no de algo en especial, simplemente ganas. Y me sorprendí. El dolor no me estaba acompañando, no comprendí cómo ni por qué, pero me había abandonado.
Estoy convencida. Basta sólo con entreabrir una puerta a los deseos, para que comiencen a entrar y adueñarse de tu ser. Y eso fue lo que me pasó. Comprobé que no quería seguir conviviendo con la tristeza, que podía estar bien, que podía disfrutar, reír, gozar y hasta sentir pasión. Y aunque el miedo luchaba por acallar esas necesidades, se habían reinstalado para no abandonarme más.
Y comencé a escucharme, a mirarme.
Había estado muerta por mucho tiempo. Había escapado de mi vida para sumergirme en otra oscura, seca, pero segura, donde no había espacio para sentir. Pero, ¿a dónde me había llevado esa vida? A ningún lado. Me había suspendido en el tiempo, sumergiéndome en el dolor que tanto luchaba por erradicar.
Entonces, supe qué debía hacer.
Subí despacio las escaleras, casi con temor, y llegué hasta la puerta. Sabía que debía entrar. Sabía que ese era mi lugar, que estando allí sería feliz; pero había cerrado por tanto tiempo esa puerta, que no sabía qué sentiría al abrirla. Tomé valor y entré. Caminé hasta el caballete y lo recorrí con mis dedos. Y luego me perdí en aquel cuadro lleno de colores, de luces y de sombras. Era perfecto, era mi obra mejor lograda. Qué contradictoria la vida, ¿no?
Había pintado ese cuadro el peor día de mi vida, y sin embargo, lo observaba y lo encontraba maravilloso. Como una vez lo había hecho Francisco, yo también me reconocí en esa obra. Me veía en esos trazos, en esos colores. Esa era yo, esa era mi vida. Y entonces comprendí que pintar no era una distracción para mí, era una necesidad.
Busqué un lienzo en blanco y, destronando al cuadro, lo coloqué en el caballete. Dejé que mis manos tomaran vida propia y me sumergí en los colores y las formas. Y la vida se me iluminó, de pronto todo tenía más color, más luz, la sonrisa se instaló en mi cara y contagió a todo el cuerpo. Me sentía feliz, extasiada, satisfecha.
Había perdido tanto tiempo buscando mi futuro, que ya no lo quería perder más. Pintar era lo que amaba, para eso había nacido y debía hacerme cargo de esa decisión, de ese deseo. Y entonces, esos proyectos que nunca aparecían, ese futuro que nunca veía claro, comenzó a aparecer ante mis ojos con total definición.

Luego de planificar el camino que quería seguir, sentí la necesidad de compartirlo con mi padre y partí rumbo a Mar del Plata.
Tuvimos largas charlas, no sólo sobre mi futuro, sino también sobre mi pasado. Por fin había comprendido por qué papá se había escapado luego de la muerte de mamá. Y perdonarlo por su abandono, causó mayor regocijo en mí que en él.
Compartimos varios días juntos, ya que sabíamos que no nos veríamos por un largo tiempo, y a comienzos de julio, regresé a Buenos Aires.
Ni bien llegué, invité a mis tres amigas a cenar a casa. Quería compartir con ellas mis proyectos, quería compartir con ellas mi alegría, ya que tantas veces me habían acompañado en mi dolor.
-Chicas, primero que nada, quiero agradecerles porque siempre estuvieron conmigo cuando las necesité. Este último tiempo para mí fue difícil, pero sin su ayuda no habría podido salir adelante -las tres contestaron frases emotivas y yo continué-. Bueno, y ahora, quiero contarles que por fin tengo bien en claro qué quiero hacer con mi vida. Me pienso dedicar de lleno a la pintura. Voy a estudiar un poco de historia y voy a seguir perfeccionándome. Conseguí unos cursos buenísimos... -tomé valor y terminé mi frase- en Europa -las miré con una sonrisa, pero sus caras no sonreían, parecían sorprendidas. La primera en digerir la noticia fue Natalia.
-¡Me encanta! ¡Te felicito! -dijo con total sinceridad.
-¿No te estás escapando, Poty? -me preguntó con seriedad Lucrecia-. Te fuiste a Mar del Plata cuando se casó Francisco. ¿No te vas por eso a Europa?
-No, ya me escapé mucho tiempo, ahora estoy intentando encontrarme. Mi decisión no tiene que ver con Francisco. Tiene que ver conmigo. Yo sé lo que siento por él, y este no es nuestro momento. Antes que proyectar algo con alguien, tengo que proyectarme, armar mi futuro. Además no me voy a vivir, me voy a estudiar, a empaparme de tanta cultura. Y tengo que aprovechar que estoy sola y lo puedo hacer -observé a Lola que seguía callada y con cara de sorprendida.
-¿Qué pasa Lola?
-Me encanta que estés bien y llena de proyectos. Pero te voy a extrañar, y Luz también... ¿Cuánto tiempo te vas?
-Calculo que serán un par de años. No creo que aguante mucho más lejos de acá. Yo también las voy a extrañar, pero para algo existe Internet, y además a lo mejor me pueden ir a visitar. Bueno, ya está, ya se los dije. Ahora quiero que disfrutemos de esta cena de chicas solas que hace años que no tenemos.
Nos quedamos hasta la madrugada recordando viejas anécdotas, poniéndonos al día de nuestras vidas. Y aquella noche fue uno de los recuerdos que me acompañó a lo largo de mi viaje por el viejo continente.

¡No podía creer que Luz ya tuviera un año! Me descubrí pensando mientras la veía caminar con torpeza con un vestido rosado y un moñito en su cabeza. Su primer cumpleaños era un acontecimiento demasiado importante para perdérmelo, por eso, organicé mi viaje para un par de días luego del festejo.
Como Lola y Fede eran los primeros en el grupo de amigos en tener hijos, en aquella fiesta lo que menos había eran niños, en cambio su casa se había llenado de amigos y parientes que se desvivían por mimar a Luz. Y en esa fiesta, me reencontré con Francisco. Ese día, era yo quien necesitaba despedirme de él.
Esperé el momento preciso, en que su mujer no se encontrara cerca, para que pudiéramos charlar solos unos momentos, y lo enfrenté.
-¿Cómo estás? -le dije mirando esos ojos azules.
-Bien... -me sonrió.
-Me alegro... Tenía la necesidad de pedirte disculpas. Como siempre, tenés derecho a estar enojado conmigo.
-Ya estoy acostumbrado a nuestros momentos... Y la verdad es que no me enojo con vos, sino conmigo. En realidad, yo actué muy mal.
-Igual te pido perdón... Siempre me pareciste un tipo genial y creo que muchas veces no te lo demostré.
- Gracias, pero, ¿a qué viene esto?
-Es que me voy por un tiempo.
-¡Cierto! A Europa, ¿no?... La verdad es que no pensé que te fueras -lo miré sorprendida y rápidamente continuó.- Es que antes nunca te habías querido ir.
-Sí, bueno, es que antes no tenía a donde irme. Y bueno, quería despedirme de vos y agradecerte, porque aunque no lo sepas vos me ayudaste a salir y a empezar a armar mi futuro.
-Me alegro, Florencia, ojalá que te encuentres.
-Ya me encontré- le sonreí y me alejé.
Verlo despertaba en mí sensaciones y deseos que en esos momentos no debía expresar. No era justo que lo hiciera. No cuando él acaba de iniciar un camino junto a otra mujer.

0 comentarios:



Publicar un comentario

Dejá tus comentarios