Capítulo 8

CAPÍTULO 8

Era tiempo de pensar, debía frenar al mundo que se abalanzaba sobre mí a toda velocidad, y meditar mis actos.
Agoté mis pensamientos con Mariano. Me veía entre sus brazos y no lograba reconocerme, pero sólo el recuerdo de aquellas sensaciones me llenaba de gozo. Eso era lo único que tenía en claro respecto a él.
También pensé mucho en Gastón. Él me agradaba, pero era demasiado evidente que no estaba enamorada de él. Era momento de terminar nuestra relación; pero por cobardía o compasión decidí esperar para decírselo cuando acabara de rendir sus finales. Fueron apenas unos días en los que, de todas maneras, no nos vimos porque ambos estábamos estudiando.
Con esa misma excusa tampoco nos vimos demasiado con Mariano. Lo extrañaba, pero por primera vez, pensaba cumplir con mi propósito. Entonces, era mejor evitarlo.


Había llegado diciembre y con él, el intenso calor. Mi físico no lo soportaba y mi espíritu tampoco. Luego de nadar en mi pileta, me bañé y con determinación caminé hasta la casa de Gastón. Me recibió somnoliento, pero pareció agradarle mi visita.
-Hola, Poty, estaba durmiendo la siesta. Mi familia se fue a una quinta y yo me quedé para descansar.
-Disculpame, si querés vuelvo más tarde -era un buen momento para escapar. Sus ojos celestes me conmovían y no me dejaban actuar con claridad.
-No, pasá, tenía muchas ganas de verte -me abrazó y fuimos juntos hasta el living. Ambos nos sentamos en el sofá. No me salían las palabras, comenzaba a ponerme ansiosa.
-¿Qué te pasa, gordi? -preguntó con inocencia, clavando su mirada en la mía.
-Estuve pensando -dije tartamudeando-, creo que... tenemos que hablar -continué con timidez.
-¡No!... ¿De qué querés hablar? Hace mucho que no tenemos un rato para estar juntos y tranquis... -me rodeó con sus brazos y comenzó a besar mi cuello. Logró desconcentrarme y estuve a punto de sucumbir.
-Gastón, así no te puedo hablar, y realmente necesito decirte algo -sentí que le suplicaba, pero él ya estaba encima mío, y su cuerpo me envolvía inmovilizándome.
Comenzó a besarme de un modo desenfrenado, invasor, que me causó asco. Corrí mi cara e intenté incorporarme, pero su peso no me lo permitió.
-Gastón, por favor pará. No quiero transar, por favor. Levantate, no me siento bien -le dije enojada.
-No, mi amor, vas a ver que está todo bien -con el tiempo supuse que Gastón sospechaba de qué quería hablarle, y por eso debía haber intentado todo cuanto estaba a su alcance para hacerme cambiar de opinión; pero lo único que logró fue empeorar la situación.
Se transformó, su cuerpo tomó más fuerza y vigor. Siguió besándome, no con pasión, más bien con furia, y a frotar su cuerpo contra el mío. Aunque intentaba, me era imposible levantarme. Era mucha la fuerza que él ejercía sobre mí. Intentaba tocar todo mi cuerpo y mis manos apenas lograban detenerlo. Sentí náuseas, pero no presté atención a mi malestar. Simplemente luchaba por liberarme de él. Cuando vi agotados todos mis recursos comencé a llorar, supongo que de impotencia; pero a Gastón tampoco le importó.
Por fin, luego de cierto tiempo que no sabría precisar, comprendí que había descargado su furia junto con su necesidad sexual, y aprovechando su cansancio, lo empujé con todas mis fuerzas y salté del sillón.
-¡Sos un hijo de puta! -le grité tan fuerte como pude- ¡Te juro que no me ves nunca más! -agregué. Luego lo miré, apreté mi puño y lo golpeé justo en el centro de su cara. Cuando comprobé que su nariz sangraba, salí corriendo de ese lugar.

Corrí sin pensar, mi cuerpo estaba convulsionado, y sentía que el aire que golpeaba en mi rostro me hería. No veía, sólo corría. No tenía noción del tiempo, y menos aún del espacio. Choqué con un par de personas en mi fuga, hasta que di con algo que me resultó familiar. Sin pensar llegué hasta el edificio de Mariano. Toqué su timbre con efusividad y pronto me contestó. No podía esperar al ascensor, entonces subí los tres pisos por la escalera. Al llegar a su departamento golpeé la puerta sin cesar hasta que me abrió.
-¡¿Qué te pasa?! -me preguntó enojado, pero al observarme, cambió su postura- ¿Qué pasó? -volvió a preguntarme asustado y me abrazó para hacerme entrar.
No lograba pronunciar palabra, quería contarle y llorar, pero no podía. Sentía una fuerte presión en la garganta que me lo impedía.
-¡Por Dios, Poty! ¿Qué pasa? -gritó y sacudió mi cuerpo reiteradas veces.
-No te preocupes -le contesté para luego abrazarlo. Cerré mis ojos y por un largo rato no los volví a abrir.
-¿Poty? -sentí su mano en mi espalda... abrí mis ojos y giré hacia su voz- ¿Estás mejor?
Estaba mejor, más tranquila, por eso le sonreí como respuesta.
-¿Querés algo? ¿querés que llame a alguien? -estaba preocupado, pero yo no debía preocuparlo más.
-No, Negro, ya estoy mejor -le dije mientras me incorporaba. Él tomó mi mano y caminamos hasta el comedor.
-El mate está recién hecho -me dijo señalando la bandeja que estaba sobre la mesa- y sino te preparo un té.
Negué con mi cabeza, entonces corrió una silla para que me sentara y lo obedecí.
-Gracias, Negro... perdoname que te haya asustado -estaba serena, ya podía ver las cosas con mayor claridad.
-¿Qué pasó? -me preguntó intrigado. Tomó una silla, la giró y se sentó con el respaldo entre sus piernas, luego apoyó su cabeza en éste para mirarme con atención. Tomé un mate y comencé con mi relato.
-Fui a la casa de Gastón para cortarle, y cuando estaba por hablar, él se me tiró encima y empezó a franelearme, me tocaba, se apoyaba en mí -recordarlo me angustió, y en mi rostro se instaló una mueca de asco-. Yo le pedí que me dejara y no me hizo caso. Me obligó, Mariano. Yo lloraba, lo empujaba y no le importó -nuevamente sentí la presión en mi garganta.
-¿Te sacó la ropa? ¿Te violó? -dijo exaltado, mientras se ponía de pie y caminaba de un lado al otro.
-No, no me sacó la ropa, pero me obligó a hacer algo que no quería. Cuando acabó pude zafarme.
-¡Qué hijo de puta! -gritó y golpeó la puerta de la cocina con furia -¡Voy a romperle la cara! -agregó con determinación y dio un paso hacia la salida.
-¡No, Negro! Ya está, yo le rompí la nariz de una piña. Ya está. Yo te necesito acá conmigo. No quiero que te vayas.
-Si, Po, claro... -se acercó y me abrazó fuertemente- Yo siempre te voy a proteger -me dijo con dulzura mientras posaba sus labios en mi mejilla. Yo sabía que así sería, por eso me quedé tranquila entre esos brazos.
-¿Querés que vaya a alquilar una película, así nos distraemos un rato? -dijo rompiendo el silencio que se había instalado en la habitación-. Te voy a alquilar una de amor, ¿dale?
-Bueno -besé su mejilla y dejé que se fuera.

Nos instalamos en su cuarto a ver la película, y no pasó mucho hasta que me quedé dormida.
Me desperté cerca de la hora de cenar, Mariano estaba a mi lado, también se había dormido. Al moverme, abrió sus ojos.
-¿Te vas? -me preguntó entre bostezos.
-La verdad es que no tengo ganas de ir a casa. Papá ya se fue y no tengo ganas de quedarme sola.
-Entonces quedate a dormir, yo tengo que preparar unas cosas para el laburo. Me podés hacer compañía.
-Bueno... ¿me puedo dar un baño? -me sentía sucia, molesta con mi cuerpo.
-Dale, yo mientras tanto preparo la comida.

Estuve largos minutos bajo la ducha, el agua caliente me recompuso. Ya me sentía mejor. Podía ver lo ocurrido con más claridad. Cuando salí, Mariano había servido la cena.
-¿Sabés? -le dije mientras observaba mi sándwich- creo que descubrí qué es lo que me hizo sentir tan mal hoy. No fue solamente que Gastón me manoseara y me apoyara. Muchas veces habíamos estado en situaciones parecidas. Lo horrible fue que me obligó, que para él no era yo la que estaba ahí, era una bolsa de papas. Y lo más triste fue descubrir cómo era Gastón. Aunque no estaba enamorada, lo quería. Pensaba que era una buena persona, que me quería, que le importaba. Y hoy descubrí que no era así. Me siento muy decepcionada, y usada. Eso me da mucho asco -no logré controlar las lágrimas que brotaron de mis ojos.
-Te entiendo -acotó dando un gran mordisco a su hamburguesa.
-Por lo menos puedo rescatar que me sirvió para darle un corte definitivo a nuestra relación. Y además no me siento culpable. Por suerte me di cuenta de que Gastón no era para mí.
-Lástima que tuviste que pasar por esto. Te juro que me muero de ganas de romperle la cara. Se lo merece -estiró su mano para acariciar la mía.
-Preferiría que enterráramos esta historia y hacer de cuenta que Gastón nunca existió.
-Como digas, pero más le vale que no me lo cruce. Tengo algo para contarte... ¿Querés?
Asentí con la cabeza, entonces tragó su último mordisco de sandwich para poder hablar.
-El miércoles corté con Jimena. No fue tan duro como pensé. Lloró un poco, pero se la bancó bastante bien -se quedó callado mirándome, reclamando una respuesta.
-¿Y vos cómo te sentís? -sólo surgió de mis labios.
-Bien... más liviano, aliviado. Era lo que tenía que hacer... ¿Querés algo de fruta? - no entendí por qué cambió de conversación tan abruptamente, pero accedí.

Luego de mirar la televisión, sin lograr ver nada, volví al living donde Mariano estaba trabajando.
-Negro, ¿me darías algo para dormir?
Sin contestarme fue hasta el placard, y luego de revisar me arrojó una remera.
Luego de cambiarme fui a despedirme de él.
-Bueno, me voy a dormir. Gracias por escucharme... y por consolarme -lo abracé y besé su mejilla.
-Para eso existo, Poty -besó mi frente y volvió a sus apuntes.
Él durmió en el sofá.

Sentí un cosquilleo que me obligó a despertarme, y al abrir mis ojos me encontré con el rostro de Mariano.
-¡Buen día!... ¿dormiste bien? -estaba sonriente y parecía muy animado.
-Hola, Negro. Tengo sueñito... -intenté volver a cerrar mis ojos pero no me lo permitió.
-Preparé el desayuno, dale Poty, ya dormiste un montón -colocó una bandeja sobre mis rodillas, para que no pudiera negarme.
Había en la bandeja dos submarinos y algunas medialunas.
-¿Te levantaste temprano? -le pregunté intrigada, tenía demasiada energía, y hasta había ido a la panadería.
-Sí... no pude dormir mucho, así que preferí levantarme y salir. Caminé un rato por ahí, y después vine a preparar el desayuno. Estuve pensando mucho ¿sabés?
Pensé que continuaría hablando, pero se detuvo e introdujo una medialuna en su boca.
-¿Qué te pasa, Negro, qué pensaste? -se había sentado a mi lado; pero lo notaba tenso, incómodo, a la vez, en su rostro había una expresión difícil de explicar, sus ojos brillaban, en sus labios se dibujaba una sutil sonrisa y sus mejillas estaban sonrojadas. Me enterneció verlo en ese estado mezcla de indefensión e inquietud.
-¿Qué pasa, Negrito? -acaricié su barbilla y esto lo hizo ruborizarse aún más.
-Estuve pensando mucho, casi toda la noche. Estuve pensando en vos -no pudo mantener mi mirada, y giró para mirar la ventana-. Necesito que entiendas que te quiero y que me preocupo por vos, que no quiero que sufras, no soporto verte mal.
Dejé la bandeja en el piso para poder abrazarlo... ¡No podía ser tan dulce! Yo también lo quería con toda mi alma, él también lo tenía que entender.
-Mariano vos sos el único con el que me siento bien, y protegida, por eso estoy acá. Yo también te quiero.
Besé su mejilla, y entonces él volvió a girar para enfrentarme.
-No está mal esto que sentimos, ¿no?
Negué con mi cabeza y volví a besarlo. Sentí la necesidad de abrazarlo, de esconderme en su pecho. Supongo que él sintió algo similar. Así nos quedamos, abrazados, atados sin permitirnos realizar algún movimiento. Pero era inevitable. No había manera ni motivo de seguir eludiendo lo que sentíamos, lo que nuestros cuerpos nos querían decir, aunque nuestra razón no lo pudiese aceptar.
Mariano me miró con recelo, para luego sonreírme y pegar sus labios a los míos. Sentí sus manos adueñándose de cada parte de mi cuerpo, mientras las mías ansiosas intentaban abarcar cada centímetro del suyo. Su dominio sobre mi ser fue creciendo de un modo casi imperceptible. Ya no había nada que decir ni pensar. Nuestros cuerpos sabían perfectamente como actuar.
Allí estábamos los dos flotando en un mundo aparte, despojados absolutamente de todo... salvo de ese sentimiento que no nos permitía despegarnos.
Experimenté un centenar de sensaciones estando allí desnuda entre su cuerpo. Amarnos fue una experiencia inexplicable.
Al terminar, Mariano hundió su cabeza en mi pecho para pronto quedarse dormido. Yo no quise moverme. Intentaba grabar esa escena en mi memoria, los olores, los sonidos, las sensaciones de mi organismo. No pude dormirme, no quise. Me quedé contemplándolo y acariciando sus cabellos.

Abrió sus ojos y se incorporó para poder mirarme. Yo no lograba pronunciar palabra. Sus ojos me hicieron tomar conciencia de mi desnudez, me hicieron tomar conciencia de cada acto que había realizado. Esa mujer que lo había amado, que había hecho cosas que jamás había pensado que pudiese hacer era yo. Era Poty, y él era Mariano.
-Hola Po, ¿estás bien?, ¿te duele algo? -me preguntó con suavidad, mientras acomodaba mis cabellos.
-Estoy bien... me duele un poquito... -le contesté sin moverme.
-¡Uhy! ¿Puedo hacer algo? -preguntó con demasiada ternura y besó suavemente mis labios.
-No... estoy bien, supongo que es normal, ¿vos estás bien? -me costaba mirarlo a los ojos.
-¡Bárbaro!... No puedo creer lo que hicimos... -dijo con naturalidad mientras se levantaba para caminar hasta el baño- Me voy a bañar, ya vengo... -me gritó. Yo aproveché para buscar mi remera entre las sábanas y con suma rapidez me la coloqué, con mayor dificultad encontré mi ropa interior.
Entonces se volvió muy real lo que había sucedido en aquella habitación. No estaba arrepentida, no... ¿cómo podría estarlo?; pero tampoco estaba segura de que eso fuera lo que deseaba para nuestra relación. Lo quería demasiado a Mariano, lo necesitaba, era fundamental en mi vida, pero una amistad era más segura, un romance mucho más frágil. ¿Valía la pena poner en peligro nuestra relación? Aunque la pasión que en esos momentos nos dominaba era tan grande y el placer que me causaban sus besos y sus caricias inigualables, ¿podría todo eso perdurar más que nuestra amistad? ¿Bastaría para cubrir todos los afectos que antes no cubría?
-¿Qué pensás, Poty? -interrumpió mis razonamientos.
-Pensaba en nosotros... ¿Qué vamos a hacer con esto que nos está pasando? -le contesté con seriedad.
-Yo me siento muy feliz, creo que era inevitable que esto pasara. Los dos lo queríamos, ¿no? -comenzó a caminar hacia mí, con una sonrisa pícara, pero mis palabras lo detuvieron.
-Sí, pero yo no sé si quiero arriesgarme a tener un noviazgo con vos, y eso me preocupa.
-¿Por qué? -parecía sorprendido, intrigado.
-¿Y si nos damos cuenta de que no funciona? ¿Si se acaba la pasión? No vamos a poder volver atrás, y yo no estoy dispuesta a perderte. No, no pienso perderte, por eso no sé si me animo a probar.
-Ya no hay vuelta atrás, Poty. Algo muy fuerte nos está pasando. Es algo lindo. Yo tampoco quiero perder tu amistad, pero creo que algo cambió para siempre.
-¿Y si nos estamos confundiendo? ¿Vos te arriesgas a perder todo lo que tenemos?
Se sentó en la cama y escondió la cabeza entre sus manos. Al rato me contestó.
-Hacerte el amor fue lo mejor que me pasó en la vida. Te lo digo en serio. En realidad, estar con vos es lo más lindo que tengo, y la verdad es que no sé si me animo a arriesgar nuestra relación, aunque creo que podría llegar a ponerse mucho mejor. Lo de esta mañana fue espectacular. No sé que pensar...
Me senté a su lado y me aferré a su cintura.

0 comentarios:



Publicar un comentario

Dejá tus comentarios