Capítulo 3

CAPÍTULO 3

A principios de abril comencé la facultad, aunque no estaba muy entusiasmada, la carrera me parecía interesante. De todas maneras, más interesante que la carrera en sí, era ser universitaria. Era una dinámica muy distinta a la secundaria y eso me agradaba.
Ya me había hecho de algunos amigos, pero con quien siempre me encontraba era con una compañera llamada Lucrecia. Aunque éramos muy distintas, congeniábamos y de a poco fue gestándose una linda amistad.
También concurría a un taller de pintura, este tema sí me fascinaba y me hacía sentir más tranquila conmigo misma, ya que por fin había descubierto algo que realmente me interesaba.
En mi casa, todo había vuelto a la normalidad, ya no me invadían los fines de semana para utilizar la pileta, Mariano había regresado a su departamento y mi padre se había instalado en casa, aunque fuera por un par de meses.
Tal vez, el mayor cambio que había surgido en esos meses era la falta de contacto diario con mis amigas. No encontrarme con Lola y Naty con esa asiduidad era algo que extrañaba. Pero para no “perdernos” nos habíamos propuesto reunirnos a cenar todos los viernes, y lo cumplíamos como si fuera un mandamiento.
Ellas también estaban enfrascadas construyendo sus nuevas vidas. Lola, estudiando derecho y Naty con su carrera de chef. Por lo general, los viernes, era ella quien nos deleitaba con el último plato que había aprendido.


Era un oscuro día de invierno, bajaba las escaleras de la facu, discutiendo sobre los mecanismos de defensa con Lucrecia, cuando escuché que alguien gritaba mi nombre. Ví a Lola agitando su mano con mucha ansiedad. Sus facciones estaban tensas y parecía descontrolada. Casi sin saludar a Lucrecia me rogó que nos apuráramos que ya había citado a Naty en casa. Yo estaba sorprendida, no entendía de qué podría tratarse, jamás había visto a Lola en ese estado.
Cuando llegamos a casa, Natalia nos esperaba en la puerta. Entramos corriendo y nos encerramos en mi cuarto. Allí Lola comenzó con su relato:
-Ayer llamé a Matías a la tarde y todavía no había llegado de la facultad. Yo sé que los lunes sale de la facu al mediodía.
-Como Gastón -comenté.
-Claro, -continuó Lola- bueno, ayer llamé a su casa después de almorzar y su mamá me dijo que no había vuelto de la facultad. Matías me llamó como a las seis y me dijo que había tenido un examen y que había llegado tarde.
En ese momento recordé que Gastón había pasado a buscarme por la facultad pasado el mediodía; pero preferí no echarle más leña al fuego.
-Yo le creí, pero a la noche Gastón me llamó para preguntarme una cosa sobre vos -me miró- y yo le pregunté cómo le había ido en el examen. Él se sorprendió y me dijo que no le habían tomado examen. Eso me hace pensar que Matías me está ocultando algo. Yo creo que anda con otra chica -cerró sus labios y nos miró expectante.
-No prejuzgues, a lo mejor te está ocultando una sorpresa -le aconsejó Naty mientras se sentaba a su lado y la abrazaba.
-No creo, yo lo noto raro desde hace un par de semanas, no es algo especial, pero hay detalles que últimamente me molestan -noté que los ojos le brillaban y me llené de rabia. Creía que tenía razón y me hubiese encantando comenzar a gritar e insultar en contra de Matías, pero Lola estaba mal y no necesitaba que yo la hiciese enroscarse más. Sólo le pregunté qué pensaba hacer.
-No quiero mezclar a Gastón, pero quiero que confiese.
Las tres pensamos por unos minutos. Natalia fue la primera en hablar.
-Decile que alguien lo vio y te contó.
-¡Sí! Decile que los vio Soledad, así no quemamos a nadie del grupo -terminé la idea y Lola pareció complacida.
-Ya debe estar en su casa, lo voy a llamar.
Tomó el teléfono. Nosotras le preguntamos si prefería quedarse sola, pero negó con la cabeza y marcó los números. Escuchamos que sin saludarlo le dijo:
-Estuve con Soledad. Ella te vio, pero quiero que me lo cuentes vos.
Luego hizo un largo silencio y volvió a repetir la última frase:
-Si algo me respetás, quiero que me lo cuentes vos.
Supusimos que él le contó una historia que no duró más de quince segundos, y que logró que un llanto cargado de angustia brotara de los ojos de Lola.
-Sos un desgraciado -le dijo de manera entrecortada, y colgó el teléfono.
Nosotras la miramos en silencio. Era la primera vez que veíamos llorar a Lola. No sabíamos qué hacer para consolarla. Lentamente nos acercamos y la abrazamos. Por fin logró tranquilizarse y escapándose de nuestros brazos comenzó a caminar a lo largo de mi habitación.
-Me dijo que salió a tomar algo por Recoleta con una compañera de la facu, pero que no había pasado nada, que Soledad era mal pensada, y que seguramente envidiaba que yo estuviera de novia y ella no.
Con Natalia nos miramos descubriendo que ambas pensábamos lo mismo, pero fuimos cómplices en el silencio.
-Yo sé que me metió los cuernos y que no fue la primera vez. No pienso hablar nunca más con él ¡Lo odio!
-Está bien, Lolita, no te pongas mal, él no se lo merece -le dijo Naty y la besó en la mejilla.
-Natalia tiene razón, si te engañó no se merece ni una sola lágrima tuya. Es una porquería, ya vas a ver que conocés a alguien mucho mejor -preferí no seguir opinando, porque estaba indignada. La infidelidad era un tema que me asqueaba, era muy tajante respecto a eso, y no quería enfurecer aún más a Lola.
-Claro que vas a conocer a alguien mucho mejor, en el verano nos vamos las tres de vacaciones y vas a ver cómo nos vamos a divertir -Natalia se mostraba animosa.
-Ahora no puedo pensar en divertirme. Chicas, me voy a casa. Necesito estar sola, quiero dormir un rato. Hablamos después.
Natalia se ofreció a acompañarla hasta la casa y ambas se marcharon.
Por la tarde Mariano pasó a visitarme. Estaba muy contento, yo, en cambio, seguía enojadísima. Me invitó a tomar el té y pensé que era una buena idea para distraerme. Fuimos a un bar que quedaba frente a la plaza Güemes. Yo bebía un licuado de banana y Mariano disfrutaba de su submarino. Aunque se mostraba jocoso no había logrado sacarme una sonrisa. Dándose por vencido me preguntó que sucedía.
-Hoy Lola y Matías cortaron.
Pareció sorprenderse.
-¿En serio?... ¿Por qué?
-Lola se enteró que Matías le metió los cuernos -le conté indignada.
-¡Ah! -me contestó sin demasiado interés.
-¿Ah? -me molestaba su indiferencia. Para mí la infidelidad era un asunto muy grave para un simple “ah”.
-Sí, Poty, tarde o temprano, ella se iba a enterar -dijo con soltura mientras mojaba la medialuna en la leche.
-¿De qué hablás, Negro? -no comprendía por qué hablaba del tema con tanta naturalidad.
-De la chica con la que sale Matías... ¿no hablamos de eso? -parecía reírse de mi nerviosismo.
-¿Vos me estás diciendo que sabías que Matías la engañaba? -sentí fuego en mi rostro.
-Sí -dijo y bajó su mirada. Comprendió que estaba en problemas.
-¿¡Por qué no me dijiste nada!? -sin querer, elevé mi tono de voz y llamé la atención de la gente que se encontraba en las mesas vecinas.
-¿Creés que estoy loco? Tranquilizate -dijo echando un vistazo a las personas de alrededor-. Tranquilizate, nos están mirando.
-Sos tan poca cosa como Matías. Todos sabían y nadie fue capaz de decirle a Lola. Seguro que se reían de ella -quería golpearlo.
-Nadie se ríe de Lola. Yo la quiero a Lola, me molestaba lo que hacía Matías y se lo dije varias veces a él. Pero él es mi amigo y no podía traicionarlo -Seguramente mi actitud le molestó ya que su contestación fue agresiva-. Vos no sos quien para hablar, seguramente si hubiese sido al revés vos no me hubieses dicho nada. Además no es asunto tuyo, es algo que tienen que resolver entre los dos. Estás mal de la cabeza -bebió un sorbo de su chocolate y me miró con furia.
-Lo que más bronca me da es que seguro que Gastón también lo sabía y no me dijo nada. Los dos hombres que más quiero me mintieron.
Me sentía traicionada. Que Gastón me hubiera mentido, no era tan grave; pero Mariano era distinto. Me era imposible ocultarle un secreto, pero acababa de comprobar que a él no le sucedía lo mismo.
-Mirá Mariano, estoy furiosa, gracias por el licuado, me voy a casa.
-¡Pará! Tengo que decirte algo -dijo mientras me incorporaba, para luego tomar mi mano y tirar de ella para que volviera a sentarme-. Me voy a Estados Unidos el jueves, me mandan a cubrir un par de torneos de básket ¿No es bueno? -Mariano me sonreía, supongo que esperando una respuesta agradable. Seguramente no comprendía que yo aún seguía enfadada.
-Es muy bueno, Mariano, pero yo me voy.
Me levanté y sin saludarlo salí del lugar.

Regresé a mi casa enfurecida. No me percaté, entonces, que Mariano me había invitado para despedirnos. Aquella fue la última vez que lo vi hasta que regresó de su viaje.
En cuanto abrí la puerta, encontré a mi padre conversando con Gastón. ¡Lo único que me faltaba! pensé mientras arrojaba las llaves sobre el mueble del hall. No pude, ni quise, cambiar el gesto desagradable que se había instalado en mi rostro, y me acerqué a ellos.
-Hola, pa -le dije dándole un beso y agregué agitando mi mano- ¿Qué hacés, Gastón?
-Te estaba esperando -me contestó extrañado con mi reacción.
Papá dijo que tenía que marcharse a la inmobiliaria y entonces nos dejó solos. Noté que Gastón me observaba. Intentaba descubrir en mi rostro cuáles eran los sentimientos que experimentaba. Deduzco que no lo logró. Se incorporó y caminó hacia mí. La mesa ratona lo detuvo.
-¿Sabés qué día es hoy? -me seguía mirando extrañado.
-Claro, 29 de julio -le contesté con desdén... y al escuchar mi respuesta recordé que era nuestro aniversario. Cumplíamos seis meses de novios.
-Vine a que festejemos; pero creo que no estás de ánimo... la verdad es que no entiendo qué te pasa -mostró una actitud apacible-. Si querés me voy.
Le pedí disculpas y le ofrecí ir por un rato a mi cuarto.
Subimos las escaleras en silencio. Al entrar a mi habitación encontré un ramo de fresias sobre mi escritorio, y un paquete envuelto para regalo sobre la cama. Giré y clavé mi mirada en la suya. Sus ojos celestes lograron apaciguar mi ánimo y retomé mi postura habitual.
-Perdoname, Gastón, hoy no tuve un buen día -puse mi tono más dulce de voz, y él me sonrió.
-Ya sé que estás medio loca. No te preocupes -me abrazó y me besó en la boca.
Las fresias eran mis flores preferidas, por eso no tardé es inspirar su aroma, luego abrí el regalo. Era una polera de lana, color chocolate.
-¡Gracias! Yo quería una justo así -lo besé con efusividad.
-¿Viste como me preocupo por averiguar lo que querés? -se recostó en la cama y acarició mi espalda.
-La llamaste a Lola, ¿no?
-Sí -noté que no suponía lo que había sucedido, ya que no dio demasiada importancia a la pregunta, en cambio siguió acariciándome.
-Me alegra que se te haya pasado el enojo -besó mi oreja y me empujo para que quedara recostada junto a él.
-Te pido perdón, no quise tratarte mal, y menos olvidarme del aniversario.
-Tendrás que hacer algo para que te perdone -sus ojos brillaban y en sus labios había una sonrisa picara. Se pegó a mi cuerpo y luego de rodearme con sus brazos comenzó a besarme. Sentí algo distinto al resto de las veces en que llegábamos a ese grado de intimidad. Era como un sentimiento de venganza, o revancha. ¿Pero venganza a quién? Hubiera permanecido horas besándome con Gastón, pero el ruido de las llaves en la cerradura nos sorprendió.
De inmediato, Gastón, pegó un salto que lo condujo al escritorio. Se sentó allí y comenzó a garabatear en una hoja.
Escuché a mi padre gritando desde el living nuestros nombres. Inspiré hondo para normalizar mi respiración, y le comuniqué donde estábamos. Entonces nos contó que iba a preparar unas pizzas.
Gastón sonrió despreocupado y volvió a sentarse a mi lado.
-¿De qué hablábamos? -intentó hacerme una broma, pero yo recordé el tema que me había irritado todo el día y se lo comenté.
-¿Cómo descubrió Lola que Matías la engañaba? -su mirada no se despegaba del piso.
-Fue cuando vos le dijiste que no habían tenido ningún examen.
Puso cara de preocupación.
-¿No me habrá mandado al frente? ¿O sí? -por fin levantó la vista.
-No, le inventó una trampa y él cayó.
-Qué bien -ambos callamos unos segundos.
-Hoy me peleé con Mariano porque él lo sabía y no me dijo nada, y cuando te ví, sentí la misma bronca que por Mariano.
Pensó un instante antes de contestarme.
-Debe ser la primera vez que tengo el honor de causarte el mismo sentimiento que Mariano.
Sus palabras brotaron con tal fluidez que me atropellaron. Gastón era astuto. Estaba a punto de arrojar mi discurso incriminatorio y él, con total facilidad, había logrado invertir los roles. Ahora yo debía defenderme.
-No cambies de tema, no podés comparar. Vos sos mi novio, él es mi amigo.
-Sí, pero mi título no me da ningún beneficio.
Estaba en lo cierto, pero no podía reconocerlo.
-¿No? Ya te dije que con él me peleé en cambio con vos estuve transando mucho tiempo. No pienso discutir esto, ¿por qué no me dijiste lo de Matías?
Supongo que la escena de celos lo había ayudado a ganar tiempo y buscar una historia que me convenciera. Con serenidad contestó mi pregunta.
-Matías es mi mejor amigo, y Lola la tuya. Si te lo contaba ibas a ir corriendo a contárselo a ella. Hubiera sido infiel a un amigo.
-Pero me mentiste a mí.
-No, simplemente te oculté la verdad. Además yo le decía a Matías que no lo hiciera, y no lo cubrí con lo del examen. Ahí yo la ayudé a Lola.
-Está bien, supongo que si Mariano me pidiera que le guardara un secreto, lo haría aunque me torturaran. Te entiendo.
Mi última frase fue mi desquite, sabía a la perfección que le molestaría. Especialmente el día de nuestro aniversario.
-¿Vamos a comer? -preguntó con seriedad y sin esperar mi respuesta se dirigió al comedor.

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