Capítulo 23

CAPÍTULO 23




Desde aquel mail, los encuentros virtuales con Mariano comenzaron a ser casi diarios.

Lejos de sentir culpa, sentí alegría en recuperar un amigo que había perdido por algún tiempo.

Yo había sido clara en mi relación con Francisco y él no había tardado en contarme de sus amoríos con una uruguaya con la que trabajaba. Esto nos daba la libertad de escribirnos, sin sentir que buscábamos algo del otro.



Aquel verano, Francisco no podía tomarse vacaciones debido a su nuevo trabajo. Entonces decidimos que se instalara en casa para poder pasar el mayor tiempo posible juntos. Era nuestra primer experiencia conviviendo y a pesar de estar muy acostumbrada a vivir sola y al fuerte y definido carácter de Francisco, congeniamos de inmediato y disfrutamos de las largas horas que compartimos juntos.

Poco a poco Francisco volvió a introducir el tema de un futuro juntos en nuestras conversaciones. Tal vez, sintió la confianza de hacerlo al comprobar que nos era placentero convivir, o tal vez, porque él planeaba comprarse un departamento y seguramente lo proyectaba para ambos. Y aunque su actitud me encantaba, note cuánto me asustaba.

Por momentos no lograba entender por qué se preocupaba tanto por mí, por qué demostraba un amor incondicional a pesar de mis miedos y mis indefinidos proyectos personales. Francisco me escuchaba, me orientaba... y comencé a pensar que nuestra relación parecía demasiado perfecta para ser real.



Y enfrascada en estos razonamientos, cometí un gran error. Los puse por escrito en un mail a Mariano. No comprendí entonces la interpretación que él había hecho del mismo, pero día a día noté que sus mensajes cambiaban de tono, trocando al Mariano amistoso, por uno cargado de dobles sentidos y de seducción. Sus mails al principio me divertían, pero un día no pude hacerme la distraída y sin mayor importancia le pregunté qué pretendía. Su contestación me descolocó:

“Poty, mientras escribo este mail, no estoy muy seguro de si lo voy a enviar o no, pero no puedo seguir pelotudeando más. Yo sé que fui el que quiso que cortemos la relación y ahora estoy super arrepentido. Cuando me empezaste a contar de tu relación con Francisco, pensé que era una estrategia tuya para darme celos. Pero cada vez parecías más enganchada. Además pregunté, y me dijeron que estaban super enamorados. Y me volví loco. No soporto pensarte con otro tipo, no lo soporto. Tal vez me animo a confesarte lo que siento porque te noto dudosa. No sé que pensar, pero te lo tenía que decir. No te estoy pidiendo que me contestes algo. En realidad me encantaría que vos me dijeras que todavía tengo alguna oportunidad de reconquistarte.

Te quiero. Mariano”.

Releí aquel mail muchas veces. Había esperado esas palabras por mucho tiempo, pero no en ese momento de mi vida. No tenía derecho a vomitar sus sentimientos de esa manera, sabiendo que estaba con Francisco.

Con mucho enojo sólo le contesté: “Tu mail llegó muy tarde”. Luego volví a bloquear su dirección en mi correo.

Pero no era cierto, no había llegado tarde, había llegado para instalarse en mis pensamientos y volverse un intruso en mi vida.

Estaba furiosa, furiosa con Mariano y furiosa conmigo misma. ¿Por qué nunca podía disfrutar de una relación plenamente? ¿Por qué cuando estaba con Mariano, Francisco irrumpía en mis pensamientos y por qué ahora que estaba con Francisco había permitido que se infiltrara Mariano? ¿Acaso no me permitía ser feliz? ¿Estaba destinada a lidiar entre estos dos amores? Es que entonces no iba a poder ser feliz con ninguno.

Luego de torturarme un par de días, decidí erradicar estos pensamientos y volver a conectarme con mi relación con Francisco. Francisco merecía todo mi amor, merecía que mis pensamientos fueran sólo suyos.



Aquel sábado por la mañana, el timbre me despertó. Algo confusa, busqué mi reloj y comprobé que apenas eran las 9 de la mañana. Francisco aún dormía, así que, haciendo el menor ruido posible, baje a ver quien llamaba.

Con mis rulos enmarañados y en pijama, abrí la puerta para ver quien me reclamaba del otro lado de la reja.

Debí fijar la vista un par de veces para comprobar que no era una visión la figura que estaba frente a mí, apenas a unos metros.

-¿Mariano? -pregunté sin moverme.

-Sí... ¿Me vas a dejar pasar? -preguntó muy alegre.

No, no quería que pasara, no quería que entrara en mi vida.

Al ver que no me movía, repitió su pregunta.

-No, Negro. Estoy con Francisco. Estamos durmiendo. Tendrías que haber llamado antes -no me gustó ser tan fría con él, pero me era imposible verme en aquella situación.

No esperaba mi respuesta, mi actitud, y por unos segundos enmudeció.

-Estoy parando en lo de mis viejos. Después llamame -dijo sin siquiera mirarme y se marchó.



¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!? Grite en mi mente. ¿Cómo haría para decirle a Francisco que Mariano estaba a metros de nuestra relación?

Subí despacio las escaleras y rogué que Francisco siguiera durmiendo. Me acosté a su lado, pero casi inmediatamente él giró para abrazarme.

-Tocaron el timbre, ¿no? ¿Quién era a esta hora? -dijo refregando su cabeza en mi cuello.

Mentirle no era la solución, pensé, y tomando valor conteste.

-Mariano.

Aquel nombre funcionó como un resorte en el cuerpo de Francisco, ya que de inmediato saltó de la cama y quedó parado.

-¿Qué hace acá? ¿Por qué no me dijiste que venía? -de más está decir lo enojado que parecía.

-No sabía que venía. Yo hace mucho que bloqueo su correo electrónico. No tenía ni idea. Sino te lo hubiera dicho -intentaba mostrarme tranquila para contrarrestar su estado.

-¿Qué quiere? -nunca lo había visto tan alterado. Mientras me preguntaba, revolvía las sábanas buscando su ropa. Sin animarme a acercarme, le señalé la silla donde estaban sus pantalones.

-Quería que desayunáramos, obviamente le dije que no, que estaba durmiendo con vos. Calculo que después querrá verme.

-¿Y vos qué querés? -apretaba con furia los cordones de sus zapatillas.

-Quiero que te calmes, Frank. Yo no tengo la culpa de que haya aparecido sin avisar.

-Pero tenés la culpa de que su presencia me haga sentir tan mal -ni tuvo tiempo de pensar en su respuesta. Había salido de su corazón. Y me dolió muchísimo. No supe qué retrucarle y entonces continuo descargándose. -¿Sabés lo que pasa? ¿Sabés por qué no puedo estar tranquilo? Porque aunque ya pasó un año desde que estamos juntos, no te siento convencida con nuestra relación. Porque cada vez que hablo de casamiento o de vivir juntos se te paran los pelos. Aunque a veces creo que estamos bien, muchas veces siento que dudas. Vos lo lloraste a Mariano un montón de tiempo y él ahora vuelve y quiere verte. ¿Qué sé yo que vas a sentir cuando lo veas? -sus sentimientos eran muy duros, muy duros para ambos.

-Si querés lo llamó y le digo que no lo quiero ver -fue lo único que atiné a contestarle.

-No, y después voy a tener que cargar con el fantasma de ese encuentro. No. Yo me voy Flor. Necesito pensar. A la noche nos vemos -y con rapidez huyó de casa.



No podía negar que me sentía confundida. Aquellas palabras de Francisco sobre nuestra relación resonaban en mi cabeza y terminé reconociendo que eran ciertas. Yo no estaba comprometida con nuestra relación. Por una extraña razón, no podía proyectar un futuro juntos. Tal vez porque en ningún ámbito de mi vida lograba pensarme en futuro, me daba miedo salir del ahora.

Pero algo era real. Era real que estaba enamorada de Francisco. Y también era real que Mariano me turbaba. Tenía que verlo, tenía que descubrir cuáles eran mis verdaderos deseos.



Me dí un largo baño antes de tomar el teléfono y, algo más tranquila, lo cité en un bar cerca de casa.

-¡Hola! -me dijo feliz e intentó abrazarme, pero yo no quería abrazarlo, así que esquivé su cuerpo y besé su mejilla-. ¿Estoy equivocado o no soy muy bienvenido? -me molestaba que se mostrara tan animoso cuando yo estaba tan incómoda.

-¿Por qué viniste? -fue lo único que se me ocurrió decir.

-Porque quería hablarte y parece que tu mail no funciona -parecía divertirse con mi malestar.

-Dejó de funcionar el día que te fuiste al carajo. En serio, ¿qué hacés acá?

-Me dieron vacaciones... y necesitaba verte, pedirte disculpas. No tendría que haberte mandado ese mail. Pero, Po, yo te quiero y me moría de ganas de verte. ¿No podemos hacer de cuenta que nunca te escribí ese mail y aprovechemos estos días como viejos amigos que somos? -seguía sonriente y yo cada vez más irritada.

-No Mariano. No puedo hacer de cuenta que nada pasó. Te conozco y sé que por algo estás acá, que por algo me mandaste ese mail. Tu intención no es ser dos buenos amigos. No entiendo por qué sentís tal libertad para manipular mis sentimientos. Cuando a vos se te dio la gana, me obligaste a dejar de quererte, pero cuando viste que estaba feliz con Francisco, volviste a arremeter con toda tu artillería -estaba muy enojada, muy enojada... ¿Cómo podía ser que Mariano me dominara de esa manera? ¿Cómo podía ser que tan fácilmente invadiera nuevamente mi vida?

Por unos minutos nos mantuvimos callados. Tal vez, él esperaba que se aplacara mi ánimo antes de confesar sus intenciones.

-Poty, entiendo perfectamente que estés enojada. Yo sé que no estoy actuando bien; pero me di cuenta que por vos no me importa si tengo que perjudicar a alguien. A la única que no quiero perjudicar es a vos.

-Va más allá de perjudicar a Frank o a mí. Vos estás jugando con mis sentimientos. ¿O te olvidas cuando yo estaba muerta de amor por vos y vos te hacías el duro? ¿Qué pasó? ¿Por arte de magia te volviste a enamorar justo cuando yo estoy enamorada de otra persona? Negro... no tenés derecho... no tenés derecho.

-Sí tengo derecho. Tengo derecho porque te amo. Porque nunca dejé de sentir esto por vos. Pero pensé que si tapaba esos sentimientos iba a sufrir menos. Fui un tarado, porque mientras sabía que seguías conmigo estaba tranquilo, pero cuando me di cuenta de que te estabas enamorando de otro me trastorné. No podía dormir, no podía pensar. No soporté imaginarte con otro tipo -se detuvo para clavar sus ojos en los míos-. No lo soporto Poty. No puedo entender por qué no me querés más. No puedo entender cómo no sentís el mismo amor que siento yo. ¿Cómo no te morís de ganas de abrazarme, de besarme, de que hagamos el amor? -estiró su mano para alcanzar la mía y su roce causó una extraña sensación en mí. Mis sentidos quedaron aturdidos y aunque quise, no pude quitar mi mano de allí.

-Vos me obligaste a dejar de sentir todo eso -intenté mostrarme firme, pero no estaba convencida de mis palabras-. De todas maneras, ¿qué sentido tiene esto si vos en un par de días te vas? -esta idea era la única que lograba enfriarme.

-Porque no creo que me vaya -sus palabras hicieron estallar mi razón-. Mañana tengo una reunión y si todo sale como espero, vuelvo con un mejor puesto de trabajo y sólo algunos viajes cortos -me miró expectante.

¡No! Eso lo cambiaba todo. Una realidad era Mariano a miles de kilómetros, pero otra muy distinta era Mariano cerca. Yo era muy distinta con Mariano cerca.

Tenía que pensar. Necesitaba poner en orden mis ideas. Odié a Mariano por trastornarme con tanta facilidad. ¿Cómo podía hacerme esto con el sólo hecho de aparecer? No podía estar más allí.

Caminar fue mi mejor opción. ¿Qué haría con todo esto? ¿En qué lugar quedaba Francisco?

Yo estaba enamorada de Francisco. Pero Mariano invadía mis pensamientos, mi corazón. Y aunque el enojo me había servido de coraza, debí reconocer que su presencia me apabullaba, su cuerpo me instaba a desearlo. Y perdida en tanta duda comprobé que había anochecido y tendría que enfrentarme con Francisco.

Entró a casa muy serio, tenso y sin decir palabra, se ubicó en uno de los sillones. Yo lo hice frente a él.

-¿Qué tenés para decirme? -preguntó de pronto.

¿Qué tenía para decirle que no lo lastimara? Me pregunté. Nada. Sólo tenía la verdad.

-Mariano me contó que vuelve a Argentina...-dudé antes de continuar- y también quiere volver conmigo.

-¿Y eso cómo nos deja a nosotros? -clavó sus ojos azules en los míos.

-Estoy muy confundida. No puedo pensar con claridad -le confesé y escondí la cara tras mis manos. No podía mirarlo, no soportaba hacerle lo que le estaba haciendo.

-Tal vez soy un tonto. Tal vez en este momento tendría que sacar mi escudo y mi espada y ponerme a luchar por vos. Pero me parece que no tiene demasiado sentido. Vos y yo estamos bien. Vos sabes cómo es estar conmigo. Y si estás en duda es que lo nuestro no te alcanza. Si por verlo a Mariano dudás de nuestra relación, es que no tiene mucho sentido que sigamos. Yo te lo hago fácil, doy un paso al costado. O juego de titular o no juego -fue tajante. No me daba opción a nada. Pensándolo bien, no esperaba otra actitud de Francisco.

Pero yo no había pensado en una separación. O por lo menos en una decisión tan abrupta.

-Francisco, entiendo lo que sentís. Pero quiero que sepas que yo te amo y que vos me hacés feliz. Pero la presencia de Mariano me hace dudar y yo sé que vos no te merecés mi duda.

Me interrumpió.

-No, no me la merezco y no me la voy a bancar. -se puso de pie y sin mirarme se dirigió hacia la puerta.

No quería que se fuera, no quería que se terminara lo nuestro.

-Frank, ¡no te vayas! -corrí hasta él para tomarlo por sus brazos y obligarlo a que me mirara.

-¿Qué sentido tiene, Flor? ¿Qué sentido tiene que hoy me quede y mañana vengas a decirme que te quedás con Mariano?... Porque esto ya lo vivimos... Porque vos no te animás a despegarte de él, porque para vos él es lo seguro... ¿O estás convencida de que no querés estar con él y querés estar sólo conmigo? Porque esa es la única manera de que me quede.

No. No estaba convencida. No estaba convencida de nada. Lo abracé fuertemente y besé con avidez su boca, pero nada pude contestarle.

Cuando cerraba la puerta de la reja, giró para mirarme.

-¿Sabés de qué me acordé? -me dijo con furia-. De tu cuadro, ese al que le pusiste “Tal vez”. Estabas con Mariano y pensaste que tal vez era conmigo con quien querías estar. Yo no me banco la duda, y por eso me voy; pero me parece que vos siempre vas a vivir dudando, porque en definitiva nunca te definís, nunca te jugás por nada. Tu vida es un eterno tal vez.- dio media vuelta y se perdió en la oscuridad.

Quedé petrificada con sus palabras. Me dolieron, me dolieron más de lo que podía imaginar. Me ahogaron hasta apretar a tal punto mi pecho que estallé en lágrimas. Quedé allí, derrotada, en el umbral de mi casa, viendo como la poca cordura que tenía en mi vida se alejaba, dejándome una gran verdad... una gran verdad difícil de manejar.

0 comentarios:



Publicar un comentario

Dejá tus comentarios